POR ÓSCAR GONZALEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, (MÉXICO)
Señor Tlatoani: luego de haber platicado, desde donde habitamos al amparo del Señor del lugar de los muertos, Mictlantecuhtli -no trate de pronunciarlo, se llevaría tiempo haciendo gestos-, me dispongo a escribir a nombre de mis pares, debido a las condiciones de postración en las que lo hemos visto en estos días.
Sabrá, por lo mucho que le gusta engolosinarse con la historia de México, que estuve también encerrado cerca de donde usted se encuentra aunque por otros motivos, rodeado también de ineptos que no sabían transmitir la más mínima de mis instrucciones, viendo cómo se evaporaba el poder de entre mis manos, que no es su caso.
Sin embargo, dado que el vértigo de la victoria no le ha dado a usted minuto de reposo desde el dos de julio de 2018, aprovecho hoy para escribirle como uno más de los que tuvimos por ventura el dirigir esos destinos desde los inmemoriales tiempos de su fundación hasta la llegada de los forasteros que se nos estacionaron por trescientos años llevándose santo, copón y limosna; desengáñese, no es tiempo de andar solicitando una disculpa, ¿no escucha sus carcajadas que retumban de ultramar?.
Por si no la conoce, le cuento la leyenda del conjuro de Acamapichtli, antecesor y emparentado con todos los tlatoanis a través de infinidad de atados de años, mismo que predijo: “Las puertas de este palacio sólo habrán de abrirse desde dentro”; y sí, usted convalece ahí porque Peñatl Ixihuitl se las franqueó con su desmedida ambición e ineptitud que le hicieron entregarlo medio año antes de su promesa de gestión, traicionando a seguidores, colaboradores y pueblo en general, al tiempo que trataba de pactar un indulto anticipado.
Vimos a usted desde entonces tomar inteligentemente oficinas y aposento, sabedor de la magia y el poder que emanan desde el ombligo de la luna, lugar ciertamente despreciado por los últimos presidentes que incluso cerraban la plaza de armas las pocas ocasiones que ahí se presentaban, temerosos de su propio pueblo.
Ahora que por fin le vimos caminar a través de los pasillos de ese Palacio Nacional, sin tapa bocas, terco macehual, a pesar de padecer una enfermedad letal, como la que tumbó a mi hermano Cuitláhuac, y lo peor, tocando cuanta silla pudo, ignorante de que bien puede infectarse también a la gerontocracia con la que usted dice gobernar.
Entrado en gastos comento: el adelantar cuatro años la fundación de México-Tenochtitlan por una leyenda lunar y femenina, ¿lo hace por amansar a su esposa-cihuatl que trata de imponer la equidad de género hasta en el pasado? Le aconsejo recordarle el papel preponderante que tuvo en la conquista doña Marina a la que Cortés también alzaba pelo; las mujeres mandaban desde endenantes y una de ellas fue partícipe del cambio del destino de Mesoamérica, hábil en tálamo, estrategia y diplomacia.
Fui obligado a quedar postrado en un mísero cuarto desde donde sólo podía escuchar a lo lejos el murmullo de la plaza; vislumbraba en soledad a las víctimas de mis malas decisiones así como las profecías que vaticinaban el final de mi tiempo de gloria. Sometido por aquellos invasores, cuando me mostré al pueblo fui víctima de abucheo, burlas y pedradas por parte de quienes se sentían traicionados por mis “otros datos”. Quinientos años después de aquellos hechos, comprenda que el árbol de su Noche Triste ya enraizó y empezará a verdear pesar de su reaparición.
Yo, por mi experiencia, lo invito a dejar de incendiar la pradera bajando dos rayitas a su diario mitotl, porque veo en lontananza que se congregan sus tribus enemigas en pos de extinción de tributos, así como de recobrar la dignidad que usted mancilla cada que Tonatiuh asoma por el Huizachtepetl -Cerro de la Estrella-; aunque mucho place a nuestros morbosos dioses, no le he de sugerir la perforación del pene con espinas de maguey, pero sí la lengua, a ver si ello le sirve para medir sus palabras antes de proferir ofensas en contra de supuestos enemigos que solamente moran en su mollera; deje los resentimientos a la Coyolxauqui, véala como yace aún desmembrada a unos pasos de Palacio, esa sí que fue madriza…
Como antepenúltimo tlatoani, último poseedor del gran poder, es mi deseo que se escuche a los tlaloques, anunciando los beneficios de la lluvia que engendra vida presagiando el renacimiento en torno al Cerro de los Mantenimientos; ¡llegue vida hacia los cuatro rumbos y renazca la abundancia para todos!. Moctezuma II
Fuente: https://www.facebook.com/oscar.gonzalezazuela