Aunque nativo de Lille, Francia, sabrá usted que fui virrey de la Nueva España. Con la afrancesada influencia impuesta por el Rey Carlos III, llegué allá en la víspera de la imposición de las Reformas Borbónicas; soy recordado por haber dado ejecución a la orden del monarca expulsando a los sacerdotes jesuitas de territorio novohispano, lo que no me causó el menor reparo, por supuesto.
Si tiene duda de mi figura, consulte el retrato para el que posé, mismo que se encuentra en la galería de virreyes del Museo Nacional de Historia; me representaron prepotente, y se quedaron cortos… contemplo desde aquí el suyo, con tintes también déspotas y mamones. Si hubiera un concurso de antipatía popular creo que seríamos finalistas, pero no es el caso mon cheri, voy al punto.
Hoy tengo entendido que usted preside un partido político -uff, cuánto daño hacen-, en lo que fuera la Nueva España, la que goberné durante cinco años.
Usted debe entender perfectamente que ostenta el cargo, como yo lo hiciera, simplemente por una decisión superior ajena a cualquier encuesta; entiendo que solamente aplica los deseos de quien le dio la chamba, sin mayores miramientos, trátese de lo que se trate: designación de candidatos, encuestas a modo así como la pública defensa del monarca, sin importar lo descabelladas que sean sus decisiones.
Repito: tuve yo que implementar la expulsión de aquellos sacerdotes jesuitas, dado que sembraban ideas peligrosas que podían llegar a dar la dimensión de soberanía a la plebe; sí, ese mismo principio de Soberanía Popular que argumentó cuarenta años después de mí Francisco Primo de Verdad, impugnado por el Santo Oficio como herejía, lo que le costaría la prisión y finalmente la vida.
Monsieur, la plebe se debe someter dándole poco trabajo, un mínimo de alimentos, mucho circo y el constante miedo a quien escape del redil, creo que esos son los principios de la quatreté, si no mal entiendo.
Para dejar en claro mi postura, escribí entonces un edicto en el que establecía:
“…pues de una vez para lo venidero, deben saber los súbditos del gran Monarca que ocupa el trono de España, que ustedes nacieron para callar y obedecer y no para discurrir ni opinar en los altos asuntos del gobierno”, ¡qué tal!
En mis lejanos tiempos se colgaron al lado de los caminos a aquellos que protestaron por la expulsión de aquellos curas; por supuesto, ahora eso sería una barbaridad, por lo que me parece bien que hoy se someta a Contralores, a la Audiencia que forma esa incómoda Corte de Justicia, al desempolvamiento de procesos penales, amedrentando e insultando con eco festivo todo lo expresado en las matines conférences, sobre todo en torno a los intellectuels o críticos de su movimiento, incluida la impugnación al Instituto Electoral que se aferra a imponer los principios constitucionales que pueden llegar a dañar al movimiento.
De esta manera usted estará cumpliendo y cobrando -el orden de los factores no altera el producto-, aunque sea por estos añitos que le quedan, a reserva de que le vuelva a pegar al bueno, lo que es probable, dada la suertuda estela que le acompaña; porque creo que en Mexique ya están acostumbrados a verlo siempre caer parado, como el gato que es usted.
Bonne journeé
Carlos Francisco de Croix