POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Admiro el calor bravo de julio y agosto que viene de frente y no este calor a veces agitado, descompuesto y aplomado que agobia atacándonos. Prefiero cuarenta grados de auténtico verano y no más de treinta de estos principios otoñales, pegajosos como el palo del algodón dulce de un puesto de feria. Esta es una de las imágenes que proyectan estos días: “en los tejados se divisan los jaramagos y las hierbas secas que andan mustias, semejantes a nichos olvidados que habitan en los cementerios”.
Estos calores parecen desentenderse del calendario. Las previsiones de temperaturas que sobrepasan los treinta grados, llenan los primeros días de otoño, adentrándose por las fiestas de San Francisco y el Rosario, llegando hasta el Pilar y con intenciones de permanecer hasta Todos los Santos. Con la falta que hace que se hilvanen chaparrones generosos, resucitando así la jaculatoria antigua y hermosa del otoño y su otoñada. La tierra clama, pide e implora la lluvia que envíen los cielos, que empapen el pulso, la vida y el tiempo.