POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
En agosto las noches tardan menos en venir, remansando sosiego ante la huella que va dejando el tiempo. En agosto se orean las sábanas del ajuar junto a la cal blanca que moltura y vendimia pregonando en las profundidades y honduras del alma. En agosto, a finales, estarán apuntalados los palos de la Feria, en la espera de que venga y aparezca el primer fogonazo para anunciarnos que el gozo ha llegado. Allí estarán los cacharritos, los puestos, las atracciones y las casetas. Todo bajo el mejor saludo de una madrugada fresca, con sabor a resaca de encuentros y verbena. En la que un trago de aguardiente reinventa la vida, bajo el olor y sabor de una rueda de churros friéndose en la nafre, que ahora borbotea traspasando mis nostalgias. Mientras, las más jovencitas implorarán en la portada del Real de la Feria: “Papá, ¿no puedo quedarme un ratito más?”.