ARTÍCULO QUE CITA A EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA).
Y lo digo sin estar seguro que concurran en mi conciencia, ni el propósito de la enmienda ni el firme arrepentimiento que exige, o al menos antes se exigía, en el sacramento de la penitencia. Bastante penitencia llevamos encima ya los que nos vemos limitados a elegir cada cierto tiempo a nuestros personeros, como así acertadamente nos recordó que se llamaban en Castilla a los que ostentaban la representación del común: el escritor, historiador y preclaro divulgador, Eduardo Juárez Valero, que todo ello es y todo lo hace bien, en uno de sus más brillantes artículos y lleva unos cuantos, publicados todos en la página dominical de este mismo diario (1 de diciembre de 2021).
Decía mi admirado colega de vocación literaria (la mía no la de él) que en esta España que amamos y padecemos por igual, aquel común ha pasado de estar representado y de ser un exigente ostentador de sus derechos, a mero espectador que solo vuelve el foco de atención cada vez que expira un ciclo electoral. El personero, sigue diciendo, dejó de serlo cuando los partidos políticos asumieron sus funciones representativas, primando los intereses de estos sobre los del común. Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, uno de los padres de nuestra vigente Constitución, reconoce en su obra “El Valor de la Constitución” del año 2003, que los partidos políticos son de todo punto necesarios en una democracia de masas, pero su patológica evolución amenaza con yugular la propia democracia a la que deberían servir. Más lejos lleva su opinión el politólogo alemán Von Beyme, quien considera que los partidos tienden a la oligarquía hacia el interior y al cierre en el exterior, lo que les lleva a convertirse en estamentos de poder y por elevación a formar en la práctica el Estado de Partidos, alejados cada vez más de los electores (“La clase política en el Estado de Partidos”). La puntilla la viene a poner otro alemán, el sociólogo Max Weber, quien afirma que se entiende por estamento, el grupo que dentro de la sociedad reclama de modo efectivo el monopolio de poderes públicos, excluyendo de ellos al resto de la sociedad y en consecuencia separándose de ella. Poderes, que se ejercen, no para el fin global que le es propio, sino en su particular beneficio.
Todas estas cuestiones bullían en mi cabeza cuando en la mañana del domingo 13 de febrero, decidí personarme en el colegio electoral al que pertenezco para depositar mi papeleta por alguna de las opciones políticas que aspiraban a representar a la provincia de Segovia en la Cortes de Castilla y León; y aquí es donde radica el principal motivo de mi confesión, no siendo menores los antes expuestos, decidí renunciar a la dignidad y coherencia con la que he venido actuando en todas las convocatorias autonómicas anteriores y que me habían impedido participar en la elección de nuestros representantes. La razón es muy sencilla, si la provincia de Segovia fue incluida en esta comunidad autónoma por las Cortes Generales (va a hacer de ello treinta y nueve años el próximo día primero de marzo), atendiendo para ello a razones de interés nacional, siempre he creído que debiera ser este órgano legislativo quien por los mismos motivos de interés nacional, debería decidir quienes deberían representar a los segovianos en aquel lugar en el que forzosamente decidieron incluirnos.
Esta actitud pasiva, había constituido hasta ahora una máxima en mi conducta personal que siempre he respetado y que me llevaba a negarme a elegir a los personeros de esta tierra, puede que también porque ya no lo eran en el concepto histórico y romántico al que aludía Eduardo en su artículo, convertidos finalmente en representantes de las formaciones políticas a las que pertenecen y por consiguiente, defensores del intereses partidista de estas antes que de los generales de la comunidad a la que pretenden representar y dirigir. Si a lo dicho se añade que tampoco he creído nunca en una comunidad en donde falta el principal requisito de su existencia, que no es otro que el de la voluntariedad de sus miembros para pertenecer a ella (evidente en el caso de Segovia), no me resultaba atrayente participar en la elección de los órganos de gobierno y de representación, no de una comunidad al uso, sino de una simple división administrativa territorial, en donde entendía que mi voto estaba de más, como puede que así le suceda a esa tercera parte de la población de Castilla y León, que no sienten ningún apego autonómico, según se desprende de las encuestas realizadas para un importante diario y que fueron publicadas unos días antes de las elecciones del pasado domingo (El País 7 de febrero de 2022). Elecciones, en las que esta vez sí he llegado a participar y no me queda más remedio que confesar públicamente mi pecado, no con cierto sonrojo por ello, lo reconozco.
FUENTE: https://www.eladelantado.com/opinion/tribuna/confieso-que-he-votado/