POR MANUEL PELÁEZ DEL ROSAL, CRONISTA OFICIAL DE PRIEGO DE CÓRDOBA Y ANTIGUO VICE PRESIDENTE DE LA AECO
Durante los días 3 y 4 de junio se ha celebrado en la ciudad de Alcalá la Real (Jaén) el Congreso “ARS. Historia y Crítica”, con la presencia de más de sesenta comunicantes, en homenaje a los profesores Ulierte Vázquez y Galera Andreu, organizado por el Ayuntamiento de Alcalá la Real, la Universidad de Jaén, la Fundación Caja Rural de Jaén, la Asociación cultural Toral-Soler, la Academia Andaluza de la Historia, el Instituto de Estudios Giennenses, la Catedral de Jaén, el Archivo Histórico Provincial de Jaén y la Asociación Provincial de Cronistas Oficiales.
En la presentación institucional intervinieron el alcalde, Marino Aguilera, el rector de la Universidad de Jaén, Juan Gómez, Sonia Rodrigo, en representación de la Fundación Caja Rural de Jaén y el homenajeado en su nombre y en el de su esposa la profesora Luz Ulierte.
El alcalde destacó la identidad de Jaén en torno al Renacimiento, “porque gracias a los trabajos de los profesores Ulierte y Galera se ha puesto en valor y se ha asumido como un símbolo más de nuestra provincia. Eventos como este deben servir para reafirmar el importante peso de las humanidades en la construcción de nuestra identidad y cultura”. “Con la celebración de este homenaje, añadió, Alcalá no solo renueva su vocación de ciudad de congresos sino que también refuerza su papel en la historia como cuna de escultores que iniciaron los prototipos de la imaginería andaluza, como la familia Raxis, Pablo de Rojas o Juan Martínez Montañés, fundadores de una tradición estética e iconográfica que se mantiene hasta nuestros días”.
El que suscribe presentó una comunicación titulada «Iconografía del Obispo-Arzobispo Don Antonio Caballero y Góngora» (Priego de Córdoba 1723-Córdoba, 1796).
Don Antonio Caballero y Góngora, miembro de una familia linajuda, hijo de un escribano de cabildo, con raíces cordobesas por la línea materna, inició sus estudios en el convento alcantarino de San Pedro Apóstol de la villa de Priego, con el que su estirpe mantenía fuertes lazos de relación y unión. Lo recordaría el canónigo Amat y Cortés en la oración fúnebre que tuvo a bien pronunciar en la sesión necrológica capitular: “en los primeros años en que es costumbre entregarse a los juegos y diversiones propios de la edad tierna, él se aplicó al estudio de la gramática, poética, retórica y todo género de humanidades”. Y con este marchamo cultural ganó una beca en el Real Colegio Mayor San Bartolomé y Santiago de la capital de la Alhambra, Granada. Allí se graduó en Filosofía y Teología, y tras lucida oposición ganó otra beca en el Colegio Mayor de Santa Catalina Mártir, de la misma ciudad. Recibidas las órdenes sagradas de subdiácono opositó a la canonjía lectoral de la catedral de Cádiz, ésta vez sin éxito, sin que estas circunstancias adversas le arredraran en su carrera eclesiástica.
En 1750, cuando tenía 27 años de edad consiguió el presbiterado, con cuyo estatus fue nombrado capellán de la Real Capilla granadina, y movido por su anhelo de prosperidad aspira de nuevo, tres años después, en 1753, nada más y nada menos que a la canonjía lectoral de la catedral primada de Toledo, la que tampoco consiguió, lo que no le impidió a optar al mismo cargo que estaba vacante de la catedral cordobesa, la que desempeñaría durante 25 años. En este mismo año da a luz un opúsculo titulado “Panegyris Oración que en género demostrativo y laudatorio hizo en honor del glorioso
San Fernando, Rey de España, Patrón de la ínclita, nobilísima y real Congregación de los Cinco Reinos de Andalucía, sita en el Colegio Imperial de esta Corte”, como uno de sus congregantes.
En 1774 fue nombrado Obispo de Ciudad Real de Chiapa, en el virreinato de Nueva España, y poco después de la diócesis de Mérida de Yucatán, siendo consagrado en la catedral de la Habana, y tres años después, estando en Campeche, en 1777, fue promovido al arzobispado de Santa Fe, y años después al virreinato de Nueva Granada, reuniendo en su persona el máximo poder civil, militar y religioso.
La iconografía del ilustre personaje es abundante, tanto en pintura (Granada: Museo de Bellas Artes, Córdoba: Museo diocesano y edificio del antiguo Rectorado, Priego: Ayuntamiento y parroquia de la Asunción, y Bogotá), como en grabado y escultura, sin olvidar los numerosos testimonios heráldicos en la catedral de Córdoba y en la parroquia de la Magdalena de dicha ciudad y en varias cartas pastorales (Francisco Agustín Grande, Manuel Salvador Carmona, Pablo Antonio García del Campo, y Francisco Bayeau y Subias)
Por lo que atañe a la escultura ésta se exterioriza en su ciudad natal (un busto de pequeño formato de Lorenzo Coullaut Valera, de 1923, hoy en el Paseo de Colombia) y una representación en Colombia en gran formato en el mirador del cañón del río Chicamocha, convertido en Parque Nacional, en el municipio de Aratoca, entre Bucaramanga y San Gil, como símbolo de la propaganda antihispánica. Es el monumento inspirado en la obra de Germán Arciniegas (1900-1999), enemigo acérrimo del poder colonial, que construyó el escultor manizaleño Luis Guillermo Vallejo Vargas en homenaje a los comuneros de la revuelta de 1781, y levantado entre 2004 y 2007.
Sobre una plataforma paraboloide de 55 metros de largo por 22 de ancho, que asemeja una hoja de tabaco orientada hacia el Socorro (cuna del Movimiento) aparecen esculpidas 35 esculturas sobre una explosión de rocas sostenidas por rayos, simbolizando el estallido de la insurrección, y la figura de Manuela Beltrán rasgando el edicto real que establecía onerosos impuestos. La figura de José Antonio Galán encabeza la marcha hacia Santafé, en tanto que Juan Francisco Berbeo, que aparece sentado en el piso llorando su traición y cubierto solo por un poncho. En un extremo Fray Ciriaco de Archila, que apoyó a los comuneros, aparece entregando el Manifiesto del Común, y en el extremo opuesto se muestra el arzobispo Caballero y Góngora, tipificado como un traidor, que cubre su rostro con una máscara y sostiene su báculo convertido en hacha.
Es la primera y quizás única estatua existente en Colombia que censura de manera explícita una figura religiosa de tan alto nivel, escribe Esteban Bheetoven Herrera, y que en su sesgada opinión no exenta de polémica acerba, expresa el sentir común de la tradición santandereana, aunque haya autores, como Phelan y don Antonio Cacua que disintieron de este desaguisado cultural, a los que nos sumamos con la más enérgica protesta, dejando testimonio de la felonía artística.
FUENTE: diariodigital.ujaen.es