POR DOMINGO QUIJADA GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)
92 años de la presencia de las “monjas” (La Inmaculada) en Navalmoral
Como nos recuerdan estos días los medios de comunicación y las redes sociales, el próximo sábado día 25 de Enero de 2020, a las 17 horas (5 de la tarde), en la iglesia de las Angustias se recordará dicha efeméride con una solemne celebración de la Eucaristía presidida por el Excelentísimo y Reverendísimo Señor D. José Luis Retana Gozalo, obispo de nuestra Diócesis de Plasencia.
En otras ocasiones hemos comentado más detalladamente su valiosa aportación a la enseñanza, educación y otros valores en nuestra localidad. Pero desearía hoy entrar en algunos otros detalles menos conocidos por la mayoría.
Los miles de alumnos que han tenido la dicha de pasar por sus aulas conocen bien sus orígenes: su fundación por el sacerdote francés Pedro Bienvenido Noailles en 1820, en base a unos objetivos pastorales, educativos y sociales.
A pesar de aquellos convulsos años, su expansión fue progresiva dentro y fuera del país galo, instalándose en España. Primero en Madrid (en un piso de la calle Barquillo) en 1843, con la presencia de la madre Bonnat y una compañera.
Pero aquella pequeña estancia era insuficiente para sus proyectados y crecientes fines, por lo que solicitan ayudan a la nobleza –algo que siempre hacían los religiosos para subsistir, pues eran quienes disponían de medios–, acudiendo en su ayuda el marqués de Manzanedo, quien les cede unas instalaciones adecuadas que poseía en la cercana localidad de Pinto.
Como decía, a partir de entonces comienzan a expandirse por la geografía española, al igual que por otros países.
En nuestro entorno más próximo, el primer lugar donde se asentaron fue en Plasencia (el colegio de San José), seis años después que en la capital de España (1849), gracias al mecenazgo del IX Marqués de Mirabel, D. Antonio María Fernández de Córdoba Pimentel y Cernecio. Y, años después, en Béjar (Salamanca), tal vez auspiciado por la pujante industria textil bejarana. Y cito ambas localidades porque las seis primeras religiosas que llegaron a Navalmoral, a finales de 1927 e inicios de 1928, procedían de dichas ciudades.
Su asentamiento en Navalmoral
Tuvo lugar en esas dos fechas citadas, gracias al apoyo de varias damas: sobre todo de las hermanas Georgina y Josefina Arnús y Gayón (hijas del banquero y empresario Manuel Arnús y Fortuny), que poseían numerosas propiedades en la Campana de Oropesa (El Alcornocal-La Corchuela-El Cristo), que les cedieron la vivienda que poseían en la plazuela de la Ermita, que a su vez servía como residencia de su administrador (D. Juan Francisco Mazo Satrústegui). Al fallecer éste y carecer de hijos, las citadas hermanas tomaron dicha decisión con la condición de que las monjitas, al margen de la enseñanza y otras obras piadosa, cuidaran de su viuda, Carmen López-Oliva Marcos, lo que hicieron hasta que ésta murió.
En septiembre de 1927 solicitan permiso al Ayuntamiento para establecer el colegio. Que, tras las adecuaciones pertinentes que llevó a cabo aquel gran maestro albañil y empresario que fue Miguel Alfonso Gómez, se inauguró oficialmente el 23 de enero de 1928, comenzando las clases una semana después, con el nombre de “colegio de la Inmaculada”.
Por cierto, además del permiso pertinente, la Corporación morala les concedió 500 pesetas al Colegio, pero con una condición: «a cambio de que acojan a niños pobres cuyo número se establecerá de acuerdo con la superiora, con preferencia para los huérfanos totales o de padre, cuya designación se hará con intervención de este Ayuntamiento». Algo que a las religiosas no les sería de gran quebranto, puesto que era una norma usual en todos sus colegios desde que se fundó el primero en Burdeos.
Por cierto, aunque no está registrado en ningún documento, intuyo que también pudo influir doña Leandra Gómez-Rodulfo Rodríguez (esposa de don Casto Lozano) pues, según anticipaba, las primeras monjas (las sores Ana María, Concepción, María Manuel, Julia, Anastasia y Loreto) vinieron desde su Béjar natal (y su familia estaba ligada a la mencionada actividad fabril bejarana) y del Colegio de San José de Plasencia.
Y, desde entonces, superando diversos escollos que surgieron en su camino (sobre todo durante la laica etapa republicana), el colegio de la Inmaculada impartió enseñanza y educación a miles de moralos (primero niñas, incorporando en el inicio de los 80 también a los alumnos del sexo masculino). En Preescolar, Primaria, Bachillerato e incluso Magisterio en ciertos años… Entre esas alumnas, mi esposa y yo acordamos –entonces que las hijas eran nuestras…– que nuestras tres niñas asistieran a dicho colegio: porque estábamos de acuerdo con la instrucción y formación que en él se impartía.
Hasta que, debido a la falta de vocaciones en España (en el año 2016 sólo 1.724 hermanas componían la Congregación en nuestro país, aunque me cuentan que está aumentando en países del “tercer mundo”), en el año 2005 tuvo que cerrar sus aulas. Pero no su labor asistencial, pastoral y social puesto que, desde entonces, ejercen la noble misión de cuidar de las compañeras ancianas acogidas en la casa inicial, al margen de colaborar en otras actividades cristianas y humanas.