POR JOSÉ JESÚS SÁNCHEZ MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA, MORATALLA (MURCIA)
Moratalla ha sido –y es– un pueblo aislado, enclavado entre montañas. Antes, caminos y veredas surcaban su amplio Término Municipal –casi mil kilómetros cuadrados– siendo tierra de paso entere Levante, La Mancha y Andalucía; demarcación donde se cruzaban comerciantes y ganaderos levantinos, castellanos, manchegos, andaluces…y donde la propia población ofrecía albergue/alojamiento tanto a las personas –con posadas y pensiones– como a los animales –amplios corrales, herrerías, talabarterías, etc.– pero eso ya es cosa del pasado como lo son también las numerosas fuentes públicas –algunas con abrevaderos– ubicadas en distintos puntos estratégicos del casco urbano.
Hoy, tales servicios han desaparecido en su totalidad. Y Moratalla continua en parecido aislamiento porque los nuevos caminos de asfalto (léase: carreteras, autovías) rodean el Término Municipal o discurren a varios kilómetros de distancia. Ejemplo de ello es que para ir en vehículo a varias pedanías moratalleras (Benizar, Otos, Mazuza, Casa Requena, Cañada de la Cruz, etc.) hemos de pasar por la Comunidades de Castilla-La Mancha o Andalucía, debido al trazado de las carreteras que se han proyectado y realizado por terrenos más adecuados y accesibles que los montañosos del distrito de Moratalla.
Lo que no ha desaparecido es el viejo reloj del sol, todavía continúa luciendo en la fachada de lo que fuera antiguo Ayuntamiento, junto a la escalinata de la iglesia parroquial. Según escribe Alfredo Rubio en la página 474 de “Cosas de Moratalla”, en 1885 el Ayuntamiento decide enlucir la fachada del edificio Consistorial y fue entonces cuando el maestro albañil encargado de realizar la obra –Juan Miguel Martínez Gil– dispuso construir el mencionado reloj de sol que, como hemos mencionado anteriormente, aún continua en la fachada de dicho edificio, junto el escudo de la Villa. Desde luego, tal disposición del citado maestro albañil no se debió a él, sino que fue a iniciativa y dirección del Presbítero D. Luis Álvarez Martínez.
Fuese la idea de uno o de otro, el caso es que su construcción causó gran furor y entusiasmo en la población, constituyendo todo un acontecimiento, pues a todas horas del día –cuenta el citado A. Rubio– había un sinnúmero de curiosos, que pasaban el rato viendo el movimiento de la sombra para coincidir con las rayas que marcaban las horas, y los vecinos de más posición del pueblo, que eran sólo los que usaban reloj de bolsillo, no faltaban ningún mediodía para poner su reloj con el del sol (…) satisfechos, se diseminaban pacíficamente a sus casas, donde ya les aguardaban con la mesa preparada para la comida.
Y el reloj continúa ahí, en la fachada del viejo edificio; orientado al Sur, como debe ser.