POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Hay mucha gente que para definir a una buena persona dice: “Tiene un corazón que no le cabe en el pecho”; y yo siempre imagino a alguien con extraordinaria hipertrofia ventricular, con las aurículas y los ventrículos dilatados, un aumento del grosor del miocardio de tal magnitud que le presiona las costillas, los pulmones y la tráquea; me temo que las subválvulas y supraválvulas de sus venas insuficientes no dan abasto a trasegar tanta sangre ante el gran bombeo de la diástole auricular y la sístole ventricular, y que sus latidos deben luchar incluso contra los músculos pectorales, ya no digo la chaqueta, que puede desabrocharse, o el sostén, del que puede prescindirse. ¡A qué cuadro tan espantoso de cardiomegalia puede llevarnos la bonhomía! (¿se dice bonhomía si la buena es mujer?). Ahora comprendo por qué los corazones así de grandes sufren las mayores penas, y por qué las personas buenas mueren pronto.
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