POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
El gallo de corral, ese que en libertad de campo es alerta de amaneceres y señor de gallineros; el que canta a la salida del sol y amenaza con dominio de territorio, o el que tuerce el ala y se contonea para cortejar a su gallina… es estampa de chulería, de presunción altanera, de señorío insultante…
«¡Yes un gallu!», decimos en Asturias al que cosecha triunfos y destaca en su actividad.
Y si, además, goza de la admiración de mozas, la exclamación se amplía al dicho «¡Yes el gallu la Quintana!»; que es lo mismo que decir «el no va más».
Pero no eso solamente.
El gallo -y esto desde tiempos medievales- es símbolo de lujuria exacerbada, de excesos carnales, de insaciable apetito sexual .- Defectos y vicios contra los que hay que luchar -y castigar- en días de penitencia y fervor como son los cuaresmales.
Y, claro, el gallo ha de ser la «víctima propiciatoria» a la que hay que sacrificar para vencer la tentación y el pecado.
Esa es la razón «moral» que justificaba la brutal costumbre de «correr el gallo».
En algunos pueblos el gallo se colgaba de una cuerda, cabeza abajo, y los mozos, con los ojos vendados y provistos de un palo, daban garrotazos al aire hasta que alguno, acertando en su golpe, decapitaba al animal… que era su premio.
En otros pueblos, el gallo se enterraba dejando la cabeza al descubierto, y la mocedad, con palos y como jugando al hockey sobre hierba, y con los ojos tapados, daba y daba palos al suelo hasta matar al animal.
En Carrandi, que es parroquia colunguesa y asturiana, esa costumbre era más «humana».
Por iniciativa del maestro, los niños solicitaban ayudas en las casas; con lo recaudado compraban uno o varios gallos que, el Domingo de Carnaval, soltaban en un prado bien cerrado.
Los niños y niñas corrían tras los animales y el que lo capturara… para él.
¡Hombre!, como algunos gallos son un pelín agresivos, más de un niño se ganaba un picotazo; pero, en fin…, merecía la pena el sacrificio.
El pobre gallo no moría violentamente en el juego penitencial; fallecía pacíficamente al día siguiente, «suavemente decapitado» en la casa, para ser guisado y consumido gozosamente el «Martes de Antroxu».
El Miércoles de Ceniza abría las puertas al ayuno y a la abstinencia.