POR ÓSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, JALISCO (MÉXICO)
Cempoala, el lugar de las veinte aguas, es sitio de definiciones. Los europeos llegan a tierra continental en una expedición encabezada por atrevido y astuto hidalgo extremeño, quien se ha aderezado hace años en tierras caribeñas, dueño del arrojo del que carecieron los dos anteriores comandantes; desobedecerá instrucciones precisas para escribir insolente al mismo rey, la justificación de su empresa, en cartas acompañadas con tesoros que abrirán el apetito del joven monarca.
Como antecedente a este escenario está el experimentado piloto Antón de Alaminos, quien aparece por segunda ocasión en San Juan de Ulúa, dirigiendo el rumbo de la expedición. Se enarbolan estandartes reales y veletas, para que poco tiempo después aparezcan dos piraguas como si ya les estuvieran esperando, con lengua desconocida para Aguilar. Es cuando doña Marina da un paso al frente para aportar lengua y cerebro a Cortés, a diferencia de aquel, que solamente traducía al maya; ya luego se entregará toda ella al capitán para darle cuerpo y descendencia, pero esa es otra historia.
Luego de ofrecer a aquellos hombres comida y vino en exceso, serán enviados sendos mensajes al huey tlatoani Moctezuma, para dar inicio, al otro día -Viernes Santo-, al desembarco de tripulación, caballos y artillería; en los médanos de arena se practica tiro, se monta altar y se escenifica Misa.
Algunos indios serán absortos testigos de la ceremonia en la que el fraile mercedario Bartolomé de Olmedo oficia un ritual en el que no se mata a nadie, dado que la víctima representada en el altar ya ha sido asesinada, claveteada sobre dos maderos puestos en cruz, bañada en sangre en brutal sacrificio, a manera de advertencia o escarmiento para los transgresores de algún oscuro mandato que no alcanzan a entender, todo con una saña inaudita, solamente superada por las realizadas en honor a Xipe Totec, en las que la víctima era desollada viva.
Luego de implementar chozas y ramadas, aparecen enviados de Moctezuma, ahora de mayor rango, con diferentes presentes, encabezados por un tal Tendile, ante quien Cortés se transforma en pacífico evangelizador, mensajero del más grande hombre de la tierra de quien viene a ofrecer amistad; es el catequista de una buena nueva que desea comunicar directamente al tlatoani.
– ¡Acabas de llegar y ya le quieres hablar!-, le amonesta de tú a tú Tendile; quédate quieto y recibe agora este presente. Son piezas de oro, ropa blanca de algodón y trabajos de plumaria, a los que corresponde Cortés con bisutería, una silla de cadera y una gorra que dice son regalos enviados por su rey en señal de amistad, urgiendo agendar cuándo y dónde podrá ser recibido por el monarca.
Frente al enviado, Cortés mandará hacer alarde con tiros de lombarda, carreras de caballos a los que han prendido pretales de ruidosos cascabeles y que atraviesan en veloz formación de a dos. Quitará mohoso casco a uno de sus soldados, pidiendo con desenfado le sea devuelto lleno de oro, para ver si este es similar al que ellos sacan de sus ríos.
Algunos tlacuilos llegados con Tendile hacen bocetos de rostro y cuerpo de Cortés, de sus capitanes, de doña Marina y de Aguilar; navíos, velas, caballos, perros, artillería y tropa quedan estampados, partiendo luego con mensaje, dibujos y presentes.
No tardarán mucho en regresar con más regalos, junto con un tal Quintalbor, personaje bastante parecido a Cortés, que es hechicería, mensaje de igualdad o pesada broma jugada por Moctezuma, quien quiere quitar todo halo de superioridad al capitán, enviando también dos ruedas como de carreta: una labrada en oro que representa al sol y la otra en plata que es la blanca luna, junto con el casco lleno ya de pepitas oro, todo con la petición de que regresen por donde han llegado.
Luego de la partida de los enviados del huey tlatoani las avanzadas de Cortés llegan a Cempoala; nunca antes han visto ciudad mayor en América, con construcciones tan finamente encaladas que creyeron en lejanía acabadas en plata.
Aunque despiertan de tal espejismo, su entusiasmo no decae; Cempoala es nombrada la otra Sevilla; la expedición entra pacíficamente al lugar, para ser recibidos con grandes reverencias por Xicomecóatl, conocido como el Cacique Gordo quien distingue sahumando a Cortés; este a su vez le abraza con gesto emotivo en escena que es todo un presagio.
Visitado por el cacique, a quien acompañan varios principales ricamente ataviados, la relación personal de ambos líderes pasará de la diplomacia a la franqueza; poco a poco ajustarán sus particulares intereses en un mismo objetivo.
Llegando a Quiahuiztlán, nuevamente es visitado por Xicomecóatl, quien decide soltar la lengua para comunicar sus cuitas, todo entre sentidas lágrimas y suspiros –según Bernal-, dolido por la demanda de víctimas propiciatorias para el sacrificio de los recaudadores mexicas, quienes tomaban doncellas por la fuerza, dentro de todo el territorio totonaca, así como tributos muy superiores a su capacidad.
Con gran habilidad, Cortés dibuja para el cacique el objeto de su empresa: ellos son caballeros andantes en función de desfacer entuertos; promete ayuda para evitar robos y agravios en lo futuro; explica las razones de la guerra justa y la defensa que hará de su opresión. Es ante este fantasioso panorama que aparecen cinco recaudadores mexicas que hacen volver a la realidad a Xicomecóatl; desfilan con gran presunción y boato frente a un ignorado Cortés, para iniciar público regaño sobre el cacique, todo por haber recibido a los extranjeros sin contar antes con la aprobación del tlatoani, exigiendo a su vez a manera de castigo, la entrega de veinte personas que serán sacrificadas para aplacar la ira de sus dioses.
Inicia aquí la fina trama de la conquista que enhebra bajo su vista y pulso Cortés, quien irá dando papel y argumento preciso a cada uno de aquellos que actuarán según sus deseos.
Ante la angustia de Xicomecóatl, promete castigo para los recaudadores, exigiendo su aprehensión; sus afrentas y mal comportamiento deben ser informados a Moctezuma; pide cesar en tributos y obediencia, y que lo mismo sea acatado por los pueblos aliados.
Xicomecóatl prefiere ahora dar muerte a los detenidos, antes de que la noticia de esas barbaridades llegue a oídos del tlatoani, lo que Cortés adivina, mandando ponerles a resguardo con sus propios hombres. Luego de pulsar los caracteres de esos cinco detenidos, a media noche hace que le lleven a dos de ellos, los que considera con más luces, frente a quienes finge enojo por la decisión de su apresamiento que endilga al cacique; les alimenta y halaga pidiendo regresen de inmediato con Moctezuma, a quien manda grandes mensajes de amistad.
Con gran cinismo fingirá de mañana su enojo por la evasión de aquellos ante Xicomecóatl, llevando ahora a los tres restantes a resguardo a uno de sus barcos, a quienes habla y promete libertad, lo que cumple luego en función de su propio plan.
Llegan a Quiahuiztlán representantes de más de treinta pueblos totonacas, enterados de aquellos hechos y preocupados por sus consecuencias, seguros de que los ejércitos de Moctezuma vendrán a arrasarles. Cortés, quien es descrito por Bernal con un semblante muy alegre, escucha. Les promete defensa a cambio de obediencia; una ventajosa alianza con la que multiplica sus fuerzas de manera exponencial mientras que empieza a ser visto por aquellos ilusos como todo un libertador.
Se funda entonces Villa, traza, templo, plaza y atarazanas; una fortaleza cimentada para la que todos, incluido Cortés, cargan y sudan arrimando material de construcción.
Pero falta aún otro listón a la capa de Cortés: viendo el fanatismo de los indios por sus dioses, ahora argumenta que: cómo podrán contar con la ayuda divina de un Dios superior, si ellos le siguen ofendiendo con sacrificios y prácticas rituales. Pide entonces a los indios derribar aquellos ídolos, a lo que Xicomecóatl se opone exigiendo respeto y defensa, al tiempo que advierte a Cortés que todos morirían si así son ofendidos; el enfrentamiento llega a punto tal que el cacique pide sean ellos mismos quienes les derriben, ateniéndose a las consecuencias; los ídolos son derribados y las consecuencias no aparecen; vuelven a quedar azorados por la razón que asiste a aquel atrevido capitán.
Antes de iniciar su partida, Cortés decide evitar la tentación de dejar naves útiles que pueden ser tomadas por los cercanos a Velázquez y por los medrosos; luego de vaciar de anclas, cables, velas, herrajes y todo lo aprovechable, las naves son barrenadas.
Se inicia entonces el ascenso; un desfile integrado por expedicionarios y naturales en cuya apuesta les va la vida misma, todos en dirección al imperio más grande del continente americano; miles de hombres que se irán multiplicando, los que han osado rebelarse frente a los excesos, el oprobio y la soberbia sobre los que se apoyan unos cientos que van en pos de una de las conquistas más asombrosas de la historia de la humanidad.