POR JOSÉ MANUEL TROYANO VIEDMA. CRONISTA OFICIAL DE BEDMAR Y GARCIEZ (JAÉN)
Hasta hace poco tiempo en las casas convivían junto a los niños las personas que más sabían de la vida y de las palabras, aunque en ocasiones no sabían leer y escribir. Eran por lo general ancianos o ancianas, con una intensa vida vivida, grandes conocedores del nombre de las cosas y detentadores de virtudes tales como la paciencia, el saber estar y el tener siempre en la boca la palabra justa que decir al niño/a ó al joven nieto/a, lo cual hoy podría llamar la atención, en este mundo de las prisas, la mejoría del bienestar y la separación de los niños -(guarderías)- de los ancianos -(asilos, residencias y hogares del pensionista).
Los abuelos/as eran personas que daban afecto y palabras, pues sabían el cuento preciso, la cantinela, la retahíla o la cancioncilla que hacía afluir la sonrisa a la cara de los niños/as, y en especial, a la de sus nietos/as, e incluso a las de los hijos o hijas de vecinos o amigos, como fue mi caso aquí en este cálido y fresco pueblo a la vez. El calor la ponen sus gentes; el fresco, lo determina su especialísimo clima, al llegar a él los primeros rayos del Sol y ser éstos los primeros en abandonarnos, al contrario de lo que acontece en los demás pueblos del Valle del Río Cuadros, el cual tiene como su principal afluente el río Albanchez.
Yo fui un niño con una gran fortuna. Pues aunque nací en Bedmar, en casa de mis abuelos maternos, mi infancia y mi niñez son recuerdos de mis gracias y desgracias en la villa de Albanchez de Santiago o de Úbeda –(hoy, Albanchez de Mágina)-, al cuidado de mi madre y de tres mujeres que en el buen sentido de la palabra «me raptaban de mi cama-cuna» cuando veían a mi madre atendiendo el negocio familiar: tienda de tejidos, mientras que mi padre trabajaba por otro lado, un día, dando un jornal en el campo, otro, bajo el Arco de la Plaza de Jimena con un puesto de tejidos y calzado y otro, camino de Torres por artículos, el «pelargón» -para mí y otros niños de mi generación- y los «cuarterones de tabaco» para sus clientes, los cuales, casi hacían colas para su adquisición, junto con el “librete” y los “chisques de mecha y piedra”, todas las tardes cuando regresaban del trabajo. De las tres guardo un grato recuerdo y he aquí sus nombres: «Dª. Juana, “La Tía Tomatera”; Dª. Mariana, “La señora de Tío Carmona” yDª. María, “La de Becerrillo». Las dos primeras sin hijos y con cierto desahogo económico, lo cual les permitía no trabajar en el campo y realizar trabajos caseros de encajes y bolillos, mientras tarareaban cancioncillas y yo me quedaba dormido, en invierno junto a la lumbre y en los veranos en las puertas de las casas, cuando el Sol abandonaba el Pueblo.
Un pueblo que contó con un genial letrista e historiador de costumbres, D. Ildefonso Aguayo Morillas, al que tuve la suerte de conocer y aprender de él, en su casa, algunas de las cosas que escribía, tras dármelas a leer, mientras que mi padre hablaba con él de negocios y liquidaba las letras que se giraban por el Banco que él regentaba en Albanchez de Úbeda.
Cuando tuve el sarampión Mariana -la mujer de Tío Carmona-, una gran vecina y casi mi segunda madre, no me dejó salir de su casa hasta que no lo curé, liado en una manta de lana pura de oveja, según me contó mi madre. Ello da prueba de la buena relación que siempre ha existido y existe entre los más jóvenes y los más «veteranos de la casa«.
Cuando contaba con siete años de edad, nos trasladamos a Bedmar y fue allí donde redescubrí la bondad y el cariño de mis abuelos, tanto paternos -(José Troyano Medina y María Dolores Navarrete Rodríguez)- como maternos -(José Viedma Tortosa y María Josefa Rodríguez Marín)-, así como su facilidad para contar historias junto al hogar en los crudos inviernos y en la puerta «tomando el fresco» en los calurosos veranos de Bedmar.
Siempre tuve a alguien junto a mí y pude socorrer mis humores y hasta en ocasiones, confiarme a ellos, para evitarme algunos palos o «alpargatazos de mi madre». Aunque eso sí, después debería de oír sus «regaños» y quedaba obligado a seguir el camino recto. Era otra forma de educar, basada, qué duda cabe, en su amplia experiencia de vida social.
Todas esas mujeres y esos hombres me enseñaron y me entretuvieron -entonces no había Televisión y Radio, tan solo la tenían unos pocos- con sus vivencias e imaginación me dejaban con la boca abierta y me iniciaron en el milagro de abrir los ojos y desparramarlos por culpa de las palabras, las cuales, pronunciadas por ellos, resonaban en mí de forma especial en esta Mágina mágica, en la que hemos tenido la fortuna de nacer y de vivir; y, aunque en ocasiones nos marchamos, siempre terminamos regresando.
Para poder cantar, contar y decir, todo lo anteriormente expuesto hay que buscar tiempo, no mucho, tanto en la casa como en el aula de la calle. Sólo así un niño se siente realmente feliz, pues hemos estimulado su imaginación y está presto para volar, pero sin dejar de cantar.
Con la edad se van desarrollando también otra serie de actividades que van descubriendo la forma de ser de nuestras gentes y la historia de nuestro pueblo. Todo ello ha perdurado a través de la Literatura Oral, la cual nace, vive y perdura en el seno de la comunidad y con una importante labor social, dada la variedad y la riqueza de los temas que abarca (antropología, historia, literatura, religiosidad popular, etc.), la forma de expresarlos y las facilidades que da para su transmisión, tanto en el seno de la familia como en la escuela, donde el niño, sobre todo en los aspectos señalados con anterioridad, y el adolescente, en los que siguen, se van a ir integrando con mayor facilidad en la sociedad en la que han nacido y se van a desarrollar social y culturalmente, tanto dentro como fuera de su localidad, integrada cada vez más en un mundo globalizado, gracias a esos mayores conocimientos de las lenguas que poseen nuestros hijos/alumnos.
De esta etapa de niño adolescente, olvidada la primera -la infancia-, donde se ha procurado estimular la creatividad, hemos de remarcar el carácter simbólico que presentan el cuento y la poesía de cara a despertar la imaginación y seguir potenciando su creatividad para que pueda llegar a participar en la recreación literaria como matriz generadora de esta literatura de tradición oral capaz de mezclar la cultura de elite con la cultura popular como una actividad capaz de propiciar una mayor participación y una mayor creatividad en el seno de la sociedad rural en donde surge como una expresión espontánea nuestra idiosincrasia o forma de ser, de vivir y de pensar.
Finalmente recuerdo como cuando ya tenía 6 y 7 años, cuando llegaban las Fiestas, todos los niños, jóvenes y menos jóvenes salíamos a la altura del “Calvario”, entre Hutar y Albanchez, en la Carretera de Albanchez a Jimena, a esperar al “cuetero” y luego veníamos detrás de la camioneta hasta el pueblo. Era costumbre dar la bienvenida a todos los que venían de fuera a organizar alguna actividad en el pueblo. Lo mismo ocurría cuando venía algún grupo musical numeroso de alguna institución o centro de Jaén, los miembros de este eran repartidos entre las casas de aquellos vecinos con más posibles, los cuales les daban de comer y cama. ¡Un pueblo y unas gentes encantadoras!
Nota.
D. José Manuel Troyano Viedma.Nació en Bedmar (Jaén) el 1/I/1950 en casa de sus abuelos maternos, don José Viedma Tortosa y doña María Josefa Rodríguez Marín, sita en la C/. Cuesta, fruto del matrimonio formado por don Ildefonso Troyano Navarrete y doña María José Viedma Rodríguez. Estudio en Albanchez de Úbeda, Bedmar, Jaén, Úbeda y Granada, donde se licenció en Filosofía y Letras, sección de Historias, en la Universidad de Granada [1968-1973] y se doctoró en la Universidad de Córdoba el 18/III/1992, con la calificación de APTO CUM LAUDE. Está casado, desde 1975, con doña María Dolores Chicharro Caballero (1953), Diplomada en Ciencias (E.G.B.), por las Escuelas Normales de Jaén y de Córdoba y son padres de dos hijos: José Manuel y Francisco Javier.
FUENTE; J.M.T.V.