POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
Varias veces la desgracia se cernió sobre el santuario a lo largo de su historia, la más grave fue la del incendio del 17 de octubre de 1777, que devoró cuanto contenía el templo que albergaba la cueva, incluida la antigua imagen que se veneraba bajo la advocación de María Santísima de las Batallas y de Covadonga.
El 20 de septiembre de 1868 un enorme peñasco desprendido de la montaña -desde 60 metros de altura- aplastó la parte principal de la iglesia, en la Real Colegiata de San Fernando (el edificio que se encuentra inmediato a la cueva).
Pocos días después el Estado envió 5.000 pesetas para iniciar las reparaciones. La revolución iniciada en Cádiz ese año dejó a Covadonga bajo años de olvido y abandono. Según Constantino Cabal, varios obreros descendieron mediante cuerdas para examinar el monte y observaron resquebrajaduras en algunas de las rocas, temiendo que se pudiese repetir el argayo.
En agosto de 1944 otro derrumbe de varias toneladas cayó a la entrada del túnel.
Tres cementerios tuvo Covadonga, el primero al pie de la colegiata, en una terraza lateral, próximo a la escalinata que sube a la cueva. Después se trasladó al collado situado frente al Hotel Favila (después seminario y hoy escolanía y museo), allí donde siempre se lanzaron las “salvas pedreras” los días solemnes, cerca de donde hoy se encuentra la que llamamos “campanona” (en el mayor de los abandonos).
Desde 1950, aproximadamente, el cementerio se halla al costado de la antigua carretera a los lagos, no lejos del estanque que está bajo la cueva.
Concluyamos hoy con dos pinceladas más.
Una es que, a mediados del siglo XVII, fue construido el primer mesón del santuario por don Antonio de Estrada Manrique y -a su muerte, en 1664- lo cedió al cabildo del Real Sitio, junto con “siete celemines de pan perpetuos en Teleña”.
Y otra podría titularse “Covadonga tiene un color especial”… que no es el título de ninguna composición musical ni poética. La basílica, los muros, las escalinatas, la vía sacra y varias edificaciones fueron construidos valiéndose de la hermosa piedra caliza de la próxima cantera de Peñalba.
Teñida por el mineral de hierro que abunda en la zona, atesora la compacidad y formación de una caliza marmórea de muy bella tonalidad rojiza. De hecho, ha dado nombre al “rojo Covadonga” cuando se habla de este tipo de piedra.