POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Las crestas de gallo son magníficas para las articulaciones. Quise probarlas en Bretó, Zamora, en un bar recomendado, cuando ya no existía el bar. No son mancas las de Cascajares, enlatadas en Dueñas, Palencia. El domingo fui al Xukela, a Bilbao, y después de sortear una manifestación de sindicalistas, en la Gran Vía, pasé el puente del Arenal, sobre el Nervión, y comí crestas de gallo viejo en la calle del Perro, 2, una taberna concurrida donde, ante el cliente, trasiegan de un vaso a otro el “marianito”, vermú espeso, que degusté. No entréis al lado, al Txakurtto, un sucedáneo. ¿Las crestas? Recuerdan a las setas en textura, sabor y aspecto, salvo por los bordes estrellados; tragaría si me pusieran grandes champiñones recortados en diente de sierra; pero, ya digo, le convienen crestas de gallo a mis articulaciones, y lucen las crestas en artículos como éste.
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