POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID).
Son varios los hechos acaecidos en la misma villa de Valdepiélagos que necesitaran sus actuaciones recogerse en un procedimiento judicial.
Y son dos de ellos, en forma de auto, los que relacionan dos accidentes con resultado de muerte. Y ambos eran miembros de mi familia. Casto, hermano de mi tatarabuelo. Y Manuela, una de mis tatarabuelas.
El 10 de mayo de 1827, en el paraje Los Vasallos, Casto Pascual Fernández, con apenas siete años, se ahogó en una charca, formada por un reguero de agua de las últimas lluvias y cercana al melonar donde estaba su hermano. Toribio, su padre, labraba una tierra en La Valbuena. Ninguno de los dos pudo hacer nada.
Todo este suceso se recogió en un auto de acuerdo a derecho que quedó escrito por el letrado enviado del juzgado. Casto yace enterrado junto a la escalera de la iglesia que sube al coro.
El otro auto quedó escrito por otro hecho ocurrido el 4 de noviembre de 1870. Manuela Martín Frutos, la madre de Bernardina Ciriaca, Tiburcia y Agustín de las Heras Martín, estaba en la cama víctima de una perlesía. Un catarro de septiembre que se convirtió en neumonía se le agarró en el pecho postrándola en la cama durante días. Los niños que jugaban a la entrada olieron a quemado. Un humo espeso se movía por el techo saliendo de la habitación de su madre. Entraron corriendo y sólo pudieron ver un candil asesino en el suelo. Una cortina y los faldones de la cama prendieron todo su cuerpo en fuego. Los niños querían acercarse, pero ella los alejaba a voces para que no sufrieran su destino.
Los vecinos acudieron a los gritos.
Corrieron al campo a avisar a Estanislao de las Heras, su marido. La vuelta al pueblo de aquel hombre no se la deseo ni al mayor de mis enemigos.
La muerte se llevó muy joven a Manuela Martín Frutos. El facultativo certificó que su inmovilidad ante el fuego provocó enormes daños en todos los tejidos de su cuerpo.
En la villa de Valdepiélagos al día siguiente, cinco de noviembre, en el partido de Colmenar Viejo el dolor de un suceso en la familia De las Heras se extendió por todo el pueblo.
Bajaron el ataúd por las escaleras con sumo cuidado y lo llevaron a la iglesia. Detrás iban todos los vecinos. Y junto a él caminaban el viudo, y dos niñas y un niño entre dos y seis años. Los acompañaba el cura ecónomo Don Valentín Moreno.
Manuela de 37 años de edad había hecho testamento ante D. Miguel Ortiz del ayuntamiento de esta villa legando: entierro de pobre, misa de cuerpo presente, además de cuatro misas por su alma, limosna de cuatro reales, dejando por albacea curador a su marido Estanislao de las Heras y habiendo recibido los santos sacramentos de confesión, comunión y extremaunción, como verdadera cristiana, se la enterró en la iglesia, según costumbre, en el grado primero sepultura tercera, siendo testigos del entierro Don Julián Hernández y Don Fernando García y para que constara todo aquello lo firmó Valentín Moreno.
Un vecino del pueblo, Victoriano, pagó la misa y funeral.
Para el niño ya no habría escuela. Serviría como labrador y jornalero, ayudando a su familia. Nunca aprendió a leer y a escribir, aunque la vida, ya de muy joven, le enseñó la primera lección.
Pocos años después entre 1885 y 1886 se dejó de enterrar en la iglesia pasando a tener lugar los enterramientos en el camposanto actual.
Aquel niño se convertiría con los años en guarda del Coto San Benito.
Pues bien, hablando de autos judiciales, a mi querido bisabuelo Agustín, al que le enseñó su mujer Ceferina a firmar, a ambos, les quiero decir que mañana sábado 15 de junio de 2024 se graduará su biznieta Virginia de las Heras, en Derecho, por la Facultad de la Universidad Autónoma de Madrid.
Espero que nunca tenga que leer autos como estos.