POR AGUSTIN DE LAS HERAS, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIÉLAGOS (MADRID)
Hace ahora un año intentaba terminar el libro «De las Heras. Crónicas de Valdepiélagos».
Mis cronistas me decían que me apurara en escribirlo porque no les quedaba tiempo. Yo les sonreía y me negaba a esa razón y ellos me decían que corriera, querían leerlo.
Alicia y Anatolio me dieron luz a la historia y al final la vida cruel les dió la razón.
Los perdimos el pasado verano.
Esta mañana lo comentaba con MariCarmen. Ella me decía lo mucho que le hubiera gustado a su padre, Macario, leer las crónicas y hablar conmigo. Y yo pensaba en el vacío que nos habían dejado. Lo huérfana que quedaba la historia de Valdepiélagos sin ellos. Y lo mucho que les echo de menos.
En esa vorágine cometí un error en un olvido. Aunque tenía claro que los organigramas de mis ancestros tenían que ser directos, sin líneas laterales de hermanos que harían imposible describir una historia con multitud de lazos familiares, a la hora de situar en el pasado a los hermanos de mi abuela Antonia, mencioné a Daniel, quién fue victima de una guerra incivil, a Alejandro, el padre de Marisol, confidente y amiga de mi madre, quien su padre se preocupó de querer a mi padre más que su propio padre y tuve la suerte de conocer, a Marcelina, aunque no lo creáis, recuerdo sus besos como los de una abuela, que para quien no conoció a su abuela es un recuerdo que nunca querré olvidar, pero a quién olvidé poner en el organigrama del libro fue a Blas Frutos Gil. También recuerdo a Blas, le conoci desde la mirada de aquel niño que fuí.
Aunque quiero ahondar en su pasado y dar fe de su vida por ser el hermano de mi abuela Antonia, hoy quiero felicitarle por ser el día de San Blas, patrón de los otorrinolaringólogos y pedirle perdón por mis prisas y por mi olvido.
Foto proporcionada por Jose Luis Calleja Frutos.