POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIÉLAGOS (MADRID)
Es de noche en la playa de Calpe. Me han dejado sólo. Y esbozo el borrador de un comunicado que daré en Merida. Me.acompaña un white label con cocacola y la luna de esturión me abandonó hace dos dias.
El tema será Mérida, encrucijada de caminos.
«En la Comunidad de Madrid existen cerca de 49000 calles. Cada calle se convierte en una encrucijada cada vez que se cruza con otra calle. Son lugares donde nacen y mueren las gentes. Y donde se cruzan los caminos de muchas vidas.
Encrucijada de vidas, de historias, que algunas veces son curiosas por su casualidad.
Madrid no tiene la historia que tiene Mérida, ni mucho menos Valdepiélagos, un pueblo rayano con Guadalajara con la que comparte mojón.
Pero en esas calles de Madrid se han cruzado vidas a lo largo del tiempo.
Allá por los años 30, un valdepielagueño convertido en guardia de asalto trabajaba en la capital lejos de su pueblo. Tres niñas y un niño huérfanos esperaban el envío de una paga y de leche en polvo cuando la había. Aunque la manutención de esos críos corría a cargo de sus abuelos quienes les cuidaban y amaban en el pueblo. Aquel valdepielagueño se llamaba Emigdio de las Heras y junto a un conductor guardaban un vehículo oficial en unos garajes que había junto a El Retiro, en la calle Doce de octubre haciendo manzana con la calle Narváez. En esos garajes dormían los coches oficiales de la República.
Aquella guerra incivil, que ya conocemos, siguió su curso y obligó al destierro a políticos y miembros del gobierno.
En esas fecha Emigdio era el acompañante del conductor, el que servía de escolta y abría y cerraba la puerta para que entrara o saliera alguna excelentísima personalidad.
A punto de finalizar la guerra, Emigdio estaba asignado a Don Manuel Azaña.
Aquel vehículo dejó la calle del Doce de Octubre y con el séquito del presidente huyeron a Barcelona y unos días después tomaron rumbo a la frontera.
Allí Azaña se despidió de mi abuelo y el conductor y el resto pasaron al exilio. Cada uno siguió su destino.
Los dos guardas de asalto, conductor y Emigdio cruzaron la frontera, fueron detenidos por los franceses y acabaron en un campo de concentración, del gobierno francés.
Acabada la guerra, el vencedor por una lotería histórica o una partida bien jugada, Francisco Franco, donde no llegaron a sobrevivir ni Emilio Mola, ni Sanjurjo ni Jose Antonio Primo de Ribera, apunto de perpertuarse en la historia como no le hubieran permitido los eliminados, proclamó que quién no tuviera delitos de sangre podía volver.
El conductor y mi abuelo se escaparon del campo de concentración francés, cruzaron los Pirineos y se entregaron. Mi abuelo fue enviado a otro campo de concentración o cárcel política por haber sido guardia de asalto. Pero el conductor no tuvo esa suerte porque, a falta de aceite de ricino, le dieron a beber aceite de algún vehículo. No sobrevivió.
En aquella guerra incivil donde luchaban unos contra otros y morían los de siempre, donde el bando muchas veces te definía de quién era la bomba que había matado a tu familia, tuvo la suerte Emigdio que fueran a rescatarle alcalde y cura de Valdepiélagos.
Pero acordaos que os hablaba de la encrucijada de la Calle del Doce de Octubre.
Pasaron muchos años y a un conductor de autobús, de la empresa municipal de transportes, serían ya los 60, fue asignado a la línea 25, que iba desde el Paseo de Rosales a la Calle Doce de Octubre.
Aquel conductor tenía como nombre Antonio y se apellidaba De las Heras. Era el hijo del guardia de asalto, ambos vecinos de Valdepiélagos. Y con el tiempo, habían coincidido en aquella encrucijada.
Por si fuera poco, Antonio, dormía en una pensión en la misma calle. Por cierto, donde años después, también en una pensión, durmió el actual alcalde de la villa de Valdepiélagos en su época de estudiante, Pedro Cabrera. Encrucijadas.
Una familia que durante la guerra soportó los bombardeos en su vivienda de la calle de Los Madrazo, después de exilios internos a un pueblo de Cuenca, Sisante, y pasando por Valencia. Una vez depurado de responsabilidades el padre de esa familia ya que su culpa fue conducir ambulancias por la Dehesa de la Villa mientras la artillería intentaba rematar a los heridos, vinieron a vivir al entonces número 15 de la calle del. Doce de Octubre.
Pues bien, en esa encrucijada se siguió escribiendo la historia.
El conductor de autobuses fue novio de una hija del conductor de ambulancia. Y se casó con ella.
Y siguio la calle siendo una encrucijada.
En 1965 nació este cronista que les está contando la historia. Sí, en esa calle.
Encrucijadas.»
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