A Valdepiélagos han llegado gentes de otros pueblos y lugares que han enriquecido su población y su historia.
De hecho, en unos primeros trabajos de investigación, descubrí que acogimos vecinos de la misma capital y de otros pueblos que huían de la invasión de los franceses, por ejemplo.
Y mucho antes que los gabachos sembraran guerra y pobreza, el devenir de los casamientos entre habitantes de distintos pueblos que se conocían, bien en fiestas, bien por acudir a la llamada de siembras y cosechas sirvió para que la sangre y la genética se mezclara para ser lo que hoy somos.
Un ejemplo es el de Eugenia Ruíz, nacida en Pedrezuela en 1732, que se casó con un nacido en Valdepiélagos, de nombre Gregorio, abuelo de Gregorio Frutos Pascual y se vino a vivir a Valdepiélagos, dando lugar a muchos de los que lleváis o han llevado el apellido Frutos.
Eugenia, de hecho, era la trastarabuela de mi abuela Antonia Frutos, hermana de Alejandro, Daniel, Blas y Marcelina Frutos.
Pues bien, Gregorio Frutos Pascual tenía diez años en 1801 y en ese año un hecho fundamental se grabó en la historia, Valdepiélagos se convirtió en villa.
El 13 de mayo de ese año se eximió de la jurisdicción de Talamanca con deslinde incluido. Ese día, una de las aldeas incluidas en aquel Fuero de Talamanca por el insigne Rodrigo Jiménez de Rada, del cual celebramos en el 2023 su 800 aniversario, dijo adiós al privilegio empezando a caminar como villa.
El día 15, día de San Isidro Labrador, se firmó dicho villazgo por muchos de los vecinos de este pueblo, patrón de la villa.
Los primeros señores de justicia nombrados el día que se tomó posesión fueron: alcaldes, señor Andrés Frutos y señor Fernando Pascual; señores regidores, señor Luis López y señor Santiago Benito; señor Procurador, el señor Isidro García; alcaldes del campo, los señores Juan Redondo y Manuel Sanz, y alguacil, Luis Matías.
Era por entonces cura de la única parroquia de esa villa, D. Vicente José Poveda.
Costó la eximente de dicha jurisdicción más de cuarenta y cuatro mil reales de vellón, sin contar gastos de audiencias que con todo sería unos cincuenta mil.
Efectuados los padrones que darían obligación al pago de contribuciones, se dispusieron los símbolos de posesión de jurisdicción propia, horca, picota y el cuchillo como significado que esta villa era gobernada por si misma.
Aquella visión de 1801, en cuanto al callejero, ha llegado hasta nuestros días ya que fueron recogidas en el Libro de Villazgo por el mismo José Poveda junto al regidor Santiago Benito y el procurador Isidro García, acompañados de alguacil que fueron tomando nota de calles y vecinos.
Empezaron por lo que llamaban Barrio Bajo, o el de abajo. Y en primer lugar entraron en la casa de Agustín Serrano, casado con Andrea Matesanz, sin hijos. Siguiendo por la de José Vara, jornalero, casado con María López, también sin hijos. Y en la de Felix Vicente, casado con Dionisia Gil, donde la tranquilidad no era tal con cinco menores corriendo por toda la casa. Al lado estaba la casa de Isidro García, casado con Eugenia de Lama, con sólo una hija, también casada con Dionisio Moreno, jornalero, y sin hijos. Seguía la casa de Manuel Sanz, casado con Eduvigis Amor y con un hijo menor. Y la de la viuda de Rafael del Valle, Teresa Mangirón, con tres hijos menores, dos sirviendo fuera y el otro que mantenía con las limosnas que pedía. Esto último era el signo de la desgracia en aquellos tiempos, quedarse viuda, sin familia cerca y sin sustento. En el mismo barrio entraron en casa de Santiago Benito, que iba con ellos, casado con Josefa de Frutos, con tres hijos menores. Y en la de Julián de Frutos, con tres menores también a su cargo, casado con Úrsula Moreno. En el mismo barrio estaba la casa de Rafael García, viudo de Marcelina González, que le había dejado un niño que aún era pequeño. Y la de María García, viuda de otro llamado Santiago Benito, pero acompañada por su hijo mayor de edad que la mantenía.
Y la de Vicente Moreno casado con Gregoria Vicente, con tres hijos menores. Y la de Valentín García, casado con Isidra López, con cinco hijos menores. Y la casa del viudo Luis Macías, con una hija menor, y conviviendo con ambos la viuda de Sebastián Martín de nombre Elena González que vivían de limosna mientras Luis lo hacía de jornal. Finalmente había dos casas más, la de Melchora González, viuda y con un hijo mayor de edad y la de Sebastián Martín, jornalero, casada con María Lillo con un hijo menor de edad.
En próxima crónica os contaré quienes vivían en la calle de la Escarcha aquel 1801 y podréis comprobar como muchos de aquellos apellidos son hoy día los vuestros.
FUENTE: @cronistadevaldepielagos. @agustindelasheras
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