POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID)
Aquel Pegaso traqueteante había dejado atrás la caseta de los camineros, que había en el cruce de la carretera de El Casar a Torrelaguna, mientras que la bomba de aceite le hacia sonar a cacharro.
Debía ser entre 1964 y 1966…
Los dos camineros encargados cuidaban la legua impuesta como dictaminaba el oficio creado por Fernando VI, que llenó España de peones que iban y venían a pie conservando aquellos agrestes caminos que recorrian el reino. Estaban pagados con cinco reales diarios además de casa habitación que en la mayoría de las veces estaba en la mitad de la legua asignada.
En el momento de esta escena valdepielagueña los camineros dejaban la herramienta y las señales que usaban en el corral de la casa de Serafín Gil Moreno, a la entrada del pueblo. Lugar que también utilizaba el cominero para dejar la bicicleta mientras que con su bata azul vendía especias por las calles de Valdepiélagos, llevándolas en un cesto enorme de mimbre.
Aun yendo por en medio de la carretera estrecha el camión rozaba y arrancaba ramas y hojas de aquel túnel de olmos.
Cuando aquella cisterna con ruedas se aproximaba a la entrada de Valdepiélagos y hacía sonar su claxon grave abocinado, Isidro corría bajo la mesa tapándose con las faldas.
Cuándo eras niño en los 60 o los 70 cualquier duda o debilidad ante los mayores era escarnio de los más cercanos aunque siempre sufriera o se incomodada el mismo.
En este caso el chaval sabía que el miedo que mostró un día cuando le subieron arriba de la cisterna, para gracia de algunos, creó cátedra de tal forma que cada vez que venía el camión de Los Claveles, empresa que recogía la leche por la zona, para hacer quesos, le costaba a Isidro ascender por los aires, más allá del caballo alado de la marca del vehículo.
Aquella quesería de «Los claveles» estaba en Madrid.
Todos eran risas, menos para uno.
Si para un niño los adultos parecen todos grandes imaginad la altura de la cisterna del camión. El vértigo se hereda y se hace.
Las cántaras llenas de leche esperaban en la puerta de Serafín a ser vaciadas en lo alto de la cisterna. Antes habían venido de todos los puntos del pueblo donde se tenía ganado y el abuelo de Isidro la había recogido.
Para comprobar la calidad de la leche se medía la cantidad de agua que pudiera tener. Ese grado de leche se descubría con el lactodensímetro que tenía Serafín, aparato que detectaba el agua o si el líquido había sido descremado. El vástago con una escala graduada entre 15 y 40, situaba la normalidad en 32, es decir 1032 kg/m3, todo ello a una temperatura ambiental de 20 grados. La leche de vaca oscila entre 1028 y 1042, siendo esta última medida la que considera a la leche, entera.
Pero a estas alturas ya habían bajado a Isidro de lo alto de la cisterna y el camión iba camino de Madrid, con una excelente leche, para quesos.
(Fotografías de Isidro de las Heras del lactodensímetro de su abuelo Serafín)
Gracias Isidro por contar tus recuerdos a este cronista.
FUENTE: https://cronistadevaldepielagos.blogspot.com/2024/04/cronica-claveles-camineros-y-comineros.html