El 19 de julio de 1917, el Teniente Coronel Arnulfo Nava festejaba el día de su santo, para lo cual las principales familias le organizaron interesante convite en el salón de baile de la Escuela Oficial de Niñas Ramón C. Ortiz (Baja California), cabe hacer mención que este militar efectivamente gozaba de un aprecio y cariño dentro de la sociedad, de finos modales y de respeto; convirtiendo el día en un acontecer pletórico de armonía y júbilo; por la tarde ya se sentía el ánimo entre sus amistades, sería un ambiente completamente familiar, el teniente con gesto característico en su actuar, tomaría entre sus brazos a una niña de escasos tres años de nombre María Calderón a quien después de besarla en la mejilla la regresaría con su madre, eran las siete treinta de la noche, momento seguido el festejo es interrumpido por la presencia de un oficial militar bajo su mando, Padilla que fuera su apelativo le informa:
“Que, en virtud de un acuerdo tomado por unanimidad por la guarnición de esta plaza, se le desconoce como jefe al mando, para tomarlo yo, como nuevo jefe del levantamiento, y tener bajo mi mando como veinte soldados.”
Después de terminar su breve informe, Padilla saca de forma intempestiva su arma, disparándole en pleno rostro, le perforaría la cabeza cayendo muerto, acción que obligaría a entrar simultáneamente la tropa al escuchar los disparos, masacrando a los ciudadanos que se encontraban en ese momento a su entorno, cayendo muertos de forma dantesca don Patricio Ramírez y don Amador García, este último recibiría también un balazo en la cabeza destapándole la tapa de los sesos.
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