POR ANTONIO SÁNCHEZ MOLLEDO, CRONISTA OFICIAL DE MALANQUILLA (ZARAGOZA).
Asisto por primera vez a la visita teatralizada que “Malanquilla Rechita” organiza de vez en cuando al molino de viento de esta localidad zaragozana, que ha sabido hacer de su molino un emblema local tanto oficial como oficioso.
Mi primera impresión es de emoción y nostalgia. Yo fui uno de la media docena de personas que en 1977 creímos en el potencial de este exponente de la arquitectura industrial. Entonces nos encontramos con muchos detractores, gentes con poca visión que no dejaron de ponernos piedrecitas en nuestro camino. Poco a poco, a golpe de tesón y de ilusión fuimos sentando cátedra hasta llegar al punto actual. Mucho ha cambiado en estos años la mentalidad de los malanquillanos. Hoy ya nadie discute que el molino de viento es un motor turístico de primer orden. En la visita, por ejemplo, me acompañan otras 14 personas del pueblo y de fuera, que no se han querido perder esta teatralización que comienza con una breve explicación de la guía, Ana, para seguidamente adentrarnos en su interior, donde aparece una mujer ataviada a la usanza de las antiguas molineras -Mari Luz-, que mantiene una intermitente conversación con la guía, mientras desgrana curiosidades de su trabajo como molinera.
Magistrales en sus papeles ambas voluntarias del colectivo “Malanquilla Rechita” que nos ilustran sobre que es un molino, sus diferentes tipos, el trabajo que en ello se llevaba, para finalizar con un repaso a la historia propia del molino de Malanquilla. A lo largo de una hora de instructivos comentarios de una y otra, el espectador imagina en su cabeza el oficio de molinero y los entresijos que envolvían la molienda. Al finalizar todos salimos con esa sensación de haber asistido a algo excepcional, que no cuenta con la debida repercusión, quizá por desarrollarse en un pequeño pueblo de la España vaciada… Que diferente sería todo si algo así tuviera como escenario Zaragoza o Madrid…
Ni en mis mejores sueños, hace 30 o 40 años, hubiera podido imaginar asistir a un representación teatral en el molino de Malanquilla. No es de extrañar que cuando escucho como espectador la parte de la historia que he protagonizado, sienta algo parecido a lo que dicen que se siente cuando el alma se despega del cuerpo y se observa la estancia desde la altura.
Cuánto hemos cambiado todos -y en esta ocasión-, para bien. Felicidades
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