POR MANUEL GONZÁLEZ RAMÍREZ, CRONISTA DE ZACATECAS (MÉXICO).
Cierro este día con una anécdota relacionada con el ilustre #zacatecano Ingeniero y General Felipe Berriozábal, originario de #Pinos, Zacatecas, a propósito de que septiembre es el mes del #testamento.
Ni duda cabe que los hechos de guerra están llenos de valentía y heroísmo, pero también de dolor, miedo… y premoniciones, como la que tuvo el coronel liberal Padrés, horas antes de la batalla de Morelia, que se llevó a cabo el 18 de diciembre de 1863 y tuvo múltiples muertos y heridos.
En su <Historia de la Guerra de Intervención en Michoacán>, (1896), el licenciado Eduardo Ruiz escribió:
“Cuando [el General Felipe] Berriozábal, en la noche, recorría su campamento, observó a dos personas que platicaban con calor: eran el coronel Padrés y el pagador Morales Puente.
—¿Qué pasa? —preguntó Berriozábal.
—Que Padrés está haciendo su testamento, mi general, y que yo soy su escribano público, respondió el pagador Morales Puente.
—¿Qué ideas son esas, Padrés?
—Lo cierto, general, hoy me matan los traidores.
—¿Pero usted dice eso, amigo mío?
—Usted sabe que no tengo miedo, no es eso lo que me preocupa; pero hoy seré General por ministerio de la ley [se refería a una disposición del 18 de julio de 1862, que decía que los oficiales que murieran en la lucha contra la intervención recibirían el ascenso al grado inmediato].
—Vamos, deseche usted esos pensamientos y vaya a ponerse a la cabeza de su batallón. Usted tomará la primera trinchera.
—¡Ojalá! Lo que sí le aseguro a usted es que en ella quedará mi cadáver.
—Entonces lo dejaré a usted en la reserva.
—De todos modos moriré, y no quiero morir de una bala perdida. No hablemos de esto, General. Solo deseo que me haga un favor.
—Diga usted.
—Usted conoce a mi güera. Perdone usted, pero deseo que personalmente le entregue mi reloj, y le diga que, al morir, solo he pensado en ella y en mi patria.
Berriozábal guardó el reloj. Padrés se puso a la cabeza de su batallón, chanceándose con sus oficiales y animando a sus soldados que lo adoraban”.
Al amanecer se escuchó un cañonazo y la artillería republicana empezó a bombardear Morelia, lanzándose poco después varias columnas contra las fortificaciones de la bella ciudad, siendo una de ellas la de Padrés.
El combate duró varias horas y se peleó calle por calle. Pero cuando parecía que los republicanos tomarían la plaza, su general en jefe, José López Uraga, ordenó la retirada.
—¡Eso no puede ser! —se quejó el general Santiago Tapia con el ayudante de Uraga que le transmitió la orden—. Si ya la plaza está tomada.
—El general me dijo que cualquiera que sea la situación que usted guarde —le dijo el oficial—, se retire en el acto.
Los jefes republicanos obedecieron molestos, dejando en el terreno más de 500 muertos y 700 prisioneros, muchos de ellos, oficiales que fueron fusilados y enterrados en unas caballerizas por órdenes de Leonardo Márquez, el Tigre de Tacubaya.
Esa misma tarde, un cortejo fúnebre acompañó el cadáver del ahora general Padrés a su última morada. Murió durante el ataque, como presintió la noche anterior.
Siete meses después, el cojo López Uraga se pasó al imperio.