POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID)
Después de una semana con los problemas de una dama llamada Dana, bajo un cielo que ya no es azul sino que se dibuja como el de los cuadros ecuestres de Velázquez, un romántico como yo es afortunado bajo la luz casi otoñal viendo como los verdes de los árboles buscan las próximas hojas ocres y amarillas que iluminarán la vega.
Conducir por estos caminos de Castilla es una felicidad literaria como los caminos que pintaba Delibes y nos llevaban a la ficticia Cureña o la real Cortiguera, donde vivía el señor Cayo.
Otoño, silencio, calles deshabitadas, el tiempo detenido, los pueblos, el campo, uno de los pocos lugares que nos quedan para huir.
Huir de los demás en un principio para luego, en la paz del alma, huir de nosotros mismos y de aquel yo que no es nuestro y lo han modelado los demás a su antojo.
Y junto al moral escribo.
Hoy ya hemos visitado La Vid y sus almuerzos. Ahora dejo un recuerdo. Más tarde abriré un libro sobre el Fuero de Talamanca, el de Nacho Merino. Y aprenderé de su trabajo.
Valdepiélagos celebrará el VIII centenario el 14 y 15 de octubre. Y en el acto oficial del sábado seré ponente. Intentaré explicar sin muchos datos, qué celebramos. El fin de semana siguiente vendrá el Congreso de RAECO (Real Asociación Española de Cronistas Oficiales) en Sigüenza, pero eso será otra historia.
Mientras, qué mejor lugar para quitarse la armadura oxidada que este patio.
Al menos el guerrero tiene un lugar donde evadirse de los demás y de sí mismo, junto al Camino del Destierro, en el mojón de Burgos con Soria, en la ribera del Pilde.
Y doy gracias por estar en Brazacorta.