POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID).
La historia de las personas que aparecen en los libros de difuntos de la la Iglesia Parroquial de la Asunción de Nuestra Señora, en Valdepiélagos, que se remonta al siglo XVI, se reduce a un pequeño párrafo donde se resumen unas vidas que para las generaciones actuales son prácticamente anónimas, a no ser porque nos suene algún apellido. En el interior de esa construcción eclesiástica de planta rectangular, con sus muros de canto rodado encajados, están los restos de aquellos vecinos de Valdepiélagos que vivieron, amaron, sufrieron penalidades, pasaron hambre, vieron morir a los suyos, tuvieron inquietudes que les desveló en las frías noches de invierno, sueños que nunca se hicieron realidad, que lucharon, compartieron fiestas y tristezas con el resto del pueblo, creyeron ser el centro de sus propias vidas, para que al final, decenas de años después fueran olvidados. La relatividad de aquellas vidas se resume en las palabras de un párroco que dejó escritas en un libro, con un texto constante que sólo cambiaba fechas y nombres y hasta 1884 indicaba la sepultura y grado dentro de la iglesia donde fueron enterrados y yacen eternamente. Esta fecha delimita unas defunciones que nos indican un cambio.
El 27 de agosto de 1884 fue enterrado Vicente García González a la edad de nueve años a causa de una entiritis crónica. Qué corta vida de sufrimiento incurable. Era hijo legítimo de Bernardo y Cayetana, y Don Antonio Montoya, cura ecónomo de la parroquia de Fuente el Saz, autorizado como sacerdote en Valdepiélagos, mandó dar sepultura en la iglesia, como era costumbre. El 4 de septiembre de 1884 fue enterrado, también en la iglesia, Mariano García, esposo de Inocencia Matesanz, que falleció de pulmonía a los 56 años.
Pero otro fallecimiento un mes después nos indica un cambio en la historia de Valdepiélagos.
Dice el libro, en la villa de Valdepiélagos, provincia de Madrid, partido judicial de Colmenar Viejo, Arzobispado de Toledo, a nueve días del mes de octubre de 1884, Don Pedro Puentes cura ecónomo de la Parroquia de San Juan Bautista de la villa de Talamanca, con la autorización debida, mandó dar sepultura eclesiástica en la Ermita de Nuestra Señora de la Soledad, el cadaver de Norberto Ramos Rojo, esposo de Saturia de Lucas, que falleció el dia 8 a las cinco de la tarde, a los 41 años, a consecuencia de una neumonía. Este primer entierro que figura en la misma ermita es el del tatarabuelo de Mari Carmen González Sanz, antigua bibliotecaria y perteneciente a la Comisión del Fuero de Talamanca y también bisabuelo de nuestro cronista Macario González Ramos.
El 12 de octubre de 1884 fue enterrada Clara Quintana, también en la Ermita de Nuestra Señora de la Soledad, que murió de una pleuroneumonía a la edad de 37 años.
El 16 de noviembre fue enterrado también en la ermita Andrés de Lucas, de 76 años. El 2 de diciembre falleció Martina Gómez, esposa en segundas nupcias con Nicolás Sánchez, que vivían en la casa del Coto de San Benito. El 2 de noviembre se había enterrado en la ermita a Nicanor Gil y el 13 de noviembre a Fulgencio Pérez. Estas dos anotaciones se hicieron en el libro no en su fecha. El día 4 de diciembre se enterró en la ermita a Alejandra Espinosa esposa de Vicente de las Heras.
Y ya en 1885, el 21 de enero se enterró en la ermita a Celestino González pero el 16 de octubre de este año se entierra en el llamado cementerio de la villa, el actual, junto a la ermita, a Filomena Gómez. Tenía dos años.
Aquellas vidas, hoy olvidadas, merecen nuestro respeto y no olvido.
Y vosotros pensad que no sois el centro del universo, que vuestras preocupaciones no serán eternas y que dentro de doscientos años nadie se acordará de nosotros. Por tanto vivid intensamente, convivid con vuestros vecinos y pensad que si no recordáis aquello que os quitó el sueño hace dos semanas es porque no era tan importante.