POR AGUSTIN DE LAS HERAS, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIÉLAGOS (MADRID)
Aquella locomotora arrastraba vagones que no eran de pasajeros. Pero cuando entrabas desde la Glorieta de Carlos V, antes llamada de Atocha, a la estación, ni siquiera la veías al bajar al andén. El humo de aquella fuerza de vapor ascendía y retrocedía por la bóveda de hierro en forma de U invertida mientras estaba parada.
Terminaba el mes de marzo de 1949 y Macario se encontraba sujetando aquella maleta que le había hecho en Valdepiélagos Marcelino Calleja, junto con decenas de quintos asustados cuyo destino había sido sorteado.
Aquel año de 1949 dejó en las letras huella imborrable para que los hijos y nietos de aquellos quintos, si no alguno de ellos mismos, leyeran obras que nacieron ese año: «1984» de Orwell, «Historia de una escalera» de Antonio Buero Vallejo, «La muerte de un viajante» de Arthur Miller, «El tercer hombre» de Graham Greene, «El Aleph» de Borges…
Pero volvamos a esos andenes paralelos cubiertos de hierro, donde en uno de ellos, metieron a aquellos reclutas en unos vagones de ganado que no tenían ni asientos ni luz, por eso los llamaban borregueros. Salieron a las 11 de la mañana una vez embarcados y estuvieron viajando todo el día y toda la noche, más todo el día y toda la noche siguiente, para llegar a Málaga. Aquel tren atravesó media España a un paso muy lento. Cada vez que se cruzaban con otro tren les echaban a una vía muerta hasta que pasaba. Por el día se asomaban por las puertas viendo campos y pueblos extraños, pero por la noche les hacían cerrarlas durmiendo en una oscuridad absoluta. Para Macario era fácil identificar el olor de su vagón, había llevado gallinas. Justo el anterior olía a cochinos. En cada estación dejaban algún vagón de mercancías y enganchaban otros. Pero el de los futuros soldados seguía enganchado a la máquina de vapor en aquella fila interminable de vagones llena de jóvenes asustados, expectantes, sin saber cuál sería su destino en los proximos meses. Así viajaban los reclutas a la mili.
A las 9 de la mañana siguiente llegaron a Málaga y les llevaron al puerto. El barco a Melilla salía a las 9 de la noche. Y llegó a las 9 de la mañana siguiente, un 2 de abril de 1949. Allí estaría Macario 18 meses. Hacia buen tiempo. Si hubiera estado el mar picado hubieran tardado dos o tres horas más. Aquel barco recorría aquel trayecto entre Melilla y Málaga un día sí y otro no y le llamaban el Correo. Durante el viaje les daban una manta y los reclutas la pasaban en cubierta toda la noche.
A los dos días de llegar a Melilla les mandaron a un campamento a 100 kilómetros. Su nombre, Tafersit. Aquellas tierras fueron regadas por la sangre de cerca de 10.000 soldados españoles en 1921, cuando El Desastre, enviados allí como habían enviado en 1949 a Macario. Aunque él al menos no encontró la guerra.
El campamento donde hizo la instrucción estaba junto a un pueblo muy pequeño al pie de unas altas montañas donde se formaban violentas tormentas, que a pesar de dejar lluvia nunca hacían barro. La tierra era muy seca.
Les hacían dormir en unos barracones donde no había luz. Se alumbraban con unos candiles de petroleo que permanecían encendidos toda la noche. Por la mañana amanecían negros por el humo.
Les daban mal de comer. Por la noche después de cenar les formaban y les leían las órdenes de lo que tenían que hacer al día siguiente, además del estadillo con lo que iban a comer.
A los dos días de estar allí les anunciaron que al día siguiente habría patatas con gabardina. Esto provocó una expectación que desapareció a la hora de servir el rancho. Eran patatas cocidas sin pelar…
(CONTINUARÁ)
De la memoria escrita que dejó Macario González
Fotografías de MariCarmen González
Macario nos dejó hace años. Un verdadero cronista junto a Alicia y Anatolio. Ruta 179 dejó recuerdo de él