CRÓNICA: LA MILI DE UN VALDEPIELAGUEÑO EN 1949.(MACARIO GONZÁLEZ) (y II)
Mar 17 2023

POR AGUSTIN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIÉLAGOS (MADRID)

A Macario González le enviaron a Transmisiones y le ofrecieron hacer un curso de conductor. A los que aprobaban les mandaron a Automovilismo. Y ese fue su destino hasta que un amigo del padre de Macario habló con un Teniente Coronel amigo suyo y le reclamó al Teniente Coronel de donde estaba. Macario fue agregado a su cuartel.

Le dieron mes y medio de permiso. Aquellos que hacían la mili lejos agrupaban los permisos. Macario había estado ya trece meses y medio en tierras africanas sin ver a su familia, a sus amigos y a su pueblo.

Macario volvió a Valdepiélagos la víspera de la función en mayo de 1950.

Mes y medio pasó muy pronto para nuestro soldado y tuvo que volver a África cuando ya se aproximaba el verano.

El cuartel de transmisiones era mejor cuartel y mucho más limpio comparado con los destinos anteriores. Las camas eran tres tablas de madera en dos banquillos de hierro y dormían sobre una colchoneta de paja. En Automovilismo dormían en literas que sacaban los jueves y domingos al patio. Seleccionaban dos y con un soplete quemaban los muelles. Los chinches eran la desazón de los soldados durante las noches porque se alimentaban de su sangre formando rojos ronchones. En Automovilismo utilizaban el plato que les habían dado en tiempo de reclutas, mientras que en el comedor de Transmisiones tenían platos. De cualquier forma los platos tenían que lavarlos.

Desde finales de abril hasta que terminaba octubre los llevaban a la playa y les tenían un cuarto de hora metidos en el mar. Había que ir sí o sí a no ser que tuvieran servicio. El resto del año les llevaban a otro lugar lleno de duchas donde ademas de lavarse les desinfectaban.

Pero lo que no cambió hasta que la mili dejó de ser mili fue la vacunación a la que sometían a los soldados para no enfermar en esos ambientes donde la aglomeración de jóvenes les hacía posibles focos de infecciones. Las que le pusieron a Macario principalmente eran para las llamadas calenturas tifoideas. Estas inyecciones dolían mucho y daban mucha fiebre. Mandaban formar y, en fila de a uno, desfilaban entre cuatro enfermeros que iban clavando las agujas, para luego caminar con ellas clavadas en brazos y espalda hasta otros dos que inyectaban el líquido. Algunos se mareaban en el camino.

El soldado que no tenía «cuartos» lo pasaba muy mal. Macario tuvo la suerte de recibir algún dinero que le mandaba su padre mediante giros. Para ponerlos iba en bicicleta de Valdepiélagos a El Molar.

Macario los repartía por las tardes en «té de los moros». Por una peseta pedía un «canguan completo» que era un té o café con leche y porras, que era era mejor que la cena del cuartel.

La comida del cuartel era sinónimo de hambre. En Automovilismo les daban para comer empedrado de garbanzos y por la noche garbanzos con arroz, que era lo mismo. Los domingos, al menos, había paella. En Transmisiones la comida era más variada. Todas las semanas mataban los moros un torillo y ya sabían lo que habría de comer el dia siguiente, papas con huesos. La carne se la llevaban los oficiales.

Esto fue algunas de las cosas que dejó escrito Macario González en unos cuadernos, con una caligrafía cuidada, para sus nietos, que según nos decía ni habían hecho la mili ni trabajado en el campo.

Gracias MariCarmen por compartirlo.

(De la memoria escrita que dejó Macario González)

FUENTE: https://www.facebook.com/agustin.delasheras

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