POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIÉLAGOS (MADRID).
Hubo un tiempo que el tiempo era eterno y sin medidas. Los árboles eran escenarios ignorados del camino y el sonido de los pájaros era oído pero no escuchado.
Hubo un tiempo que las olas rompían eternas en la orilla, el viento era sentido cuando era molesto y la lluvia era un día desperdiciado.
Hubo un tiempo que el otoño era otoño porque volvía a ver amigos olvidados, a abrir cuadernos y tocar el papel de los nuevos libros, a llevar estuches desvencijados, a mancharme con polvo de tiza y a morder lápices y gomas con sabor a nata.
Hubo un tiempo que no apreciaba una sonrisa, o el brillo de unos ojos o un abrazo o incluso un beso pausado…
Hubo un tiempo que no volverá y que me dejé robar por no saber percibir el color de las hojas, el canto de los pájaros, la caricia del viento o el rojo de aquellos labios.
Qué falso acomodamiento de los humanos, no valorar algo hasta que lo perdemos, en el olvido, y la nostalgia nos castiga recordándolo.
«Isotta» cuadro de Sir Frank Bernard Diksee
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FUENTE: https://cronistadevaldepielagos.blogspot.com/2024/09/cronica-otono-2024.html