POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID).
Las calles y los caminos no sólo son lugares de paso o nexos de nuestras historias. En ocasiones son escenarios obligados para muchas vidas que nunca pueden sentir el golpe frío de una puerta de un portal o una casa cerrándose a sus espaldas cuando llegan a un hogar.
En mi barrio de Madrid, Perico debía tener 60 años por los años 70. Enjuto y despreciado por la vida dormía en las calles, dominadas por serenos, cercanas a El Retiro. Mi mirada infantil le veía como el mudito de Blancanieves al que habían echado del cuento. No era alto, era pequeño y menguado. Y paseaba abrigos de temporadas pasadas, que algún vecino, de los que gastaban esas prendas anchas y rectas de beige o marrones, y trabajan en bancos, en un acto de limosna piadosa vaciaban sus armarios para salvar sus almas. Perico arrastraba gabanes gastados, con mangas enormes. Y escarbaba basuras y la caridad de los bolsillos de quienes le regalaban algún duro. Dormía en los bancos y portales de las calles de Ibiza, Doce de Octubre, Narváez y Fernán González. El olor a orína alejaba a los transeúntes y mientras algunos imberbes le increpaban su desdicha, yo ya me hacía las primeras preguntas de la crueldad de la vida.
En Valdepiélagos, en los años 70, cada uno o dos meses, venían unos mendigos pidiendo la voluntad de aquellos que habían tenido más suerte que ellos. Daba igual si eran diez centimos o una peseta, una lata de sardinas o un mendrugo de pan. Petra y Gandallo siempre agradecían cualquier detalle.
A ella le llamaban «la Petra azul» y Gandallo era «Sebastián Gandallo». Les acompañaba una tercera persona más joven, Valeriano.
Los mayores cuentan sobre alguien que también venía pidiendo, el Tío Miguel. Y otro al que llamaban «Patapalo», que dormía en el lavadero.
Un día ya no estaban. Qué derrota les había llevado ahí. Qué triste destino. Qué dios les había penado para que su piel se arrugara por el sol y por el frio. Medio siglo después aún se recuerdan. Y pienso en por qué los dioses escribían y aún siguen escribiendo tan torcido.
Pero hay algo más que debéis saber en esta crónica.
En Pedrezuela existen unas construcciones de piedra que denominan casitos y eran utilizados por los pastores.
Hace un año Isidro de las Heras, valdepielagueño que ahora vive en Pedrezuela, viendo un casito con alguien del pueblo, le comentó que en aquella construcción vivieron dos mendigos que iban pidiendo limosna por los pueblos. Sus nombres eran Petra y Sebastián.
Y es cuando percibo que la historia, que no debemos olvidar, nos sigue uniendo.
(fotografía de Isidro de las Heras, del casito donde vivieron Petra y Sebastián en Pedrezuela)
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