POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID)
Y la tormenta regaló aguas que apenas llegaron al Molinar, futuro Ebro.
Y volví del puente medieval de Frías donde se cobraba el portazgo. El viento arreciaba y levantaba la tierra, los bañistas y los pescadores recogían aperos y almas, los rayos se dibujaban hacia el suelo, el castillo destacaba sobre el cielo ennegrecido y volví a mi posada.
Salí del coche cuando ya no llovía y debajo del porche me pedí una estrella.
A mi espalda se oía una partida como sólo en Burgos suenan. «Cagoendi… pa que te metes al juego si te he pasao la seña… Ignorante…» eran mayores de los que trabajaron lo mismo en Bilbao como en otras plazas y al final regresaban a su origen. Se han llamado de todo. Se han despedido como amigos, emplazándose a la nueva partida.
Yo seguía con mi bebida gallega y entablé conversación con un lugareño. A esa experiencia sólo le podia invitar a sentarse conmigo. Cómo me gusta escuchar esas vidas que te regalan. Cómo se aprende de alguien que te lleva alguna legua de vida.
Iñaki me ha hablado de tormentas, de tomateras nuevas porque la piedra de junio le destrozó el huerto, del su conocimiento de Ranera y sus gentes. Y ya nos llamamos por nuestro nombre y me ha preguntado que hasta cuándo estaré por aquí.
Y el tiempo se ha parado en otro de esos instantes que merecen ser vividos. Y mientras el embrague lo permita hablaré con Abundio sobre brojos o abrojos, o cómo salvan vidas.
Crónica aparte merece la amabilidad de Teresa y su marido en el Hotel Rural Rio Molinar. Ya os hablaré de manitas, revueltos de hongos, pimientos fritos y ensaladas con sabor a huerta y hace años no probaba.