CRÓNICA: TORRIJAS, AQUELLA RECETA.
Abr 05 2023

POR AGUSTIN DE LAS HERAS, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIÉLAGOS (MADRID) 

Recuerdo aquellos días de Semana Santa.

Madrid eran calles, de calor o de lluvia dependiendo del año pero, desiertas. Los adoquines de los bulevares no tenían quien los pisara. El Retiro era un bosque inanimado. .

Esos días mi padre trabajaba y yo quedaba en casa, junto a mi madre y mi abuelo.

Recuerdo que el aburrimiento fue una enfermedad al principio. Mis amigos habían huido a sus pueblos pero nosotros no teníamos todavía aquel 85O normal de color beige donde años después me tumbaba a lo largo en la tapicería roja, cuando ya de noche, saliamos de Valdepiélagos y pasábamos la casa de Alicia, mientras miraba por la ventanilla bajo un cielo estrellado solo oculto por las ramas de los olmos que formaban un túnel.

Un mozalbete como yo se debatía entre un canal y un semicanal de UHF. Y en aquella casa aprendí a jugar solo y a dejar de decir «madre me aburro» cuando empecé a devorar libros.

Nadie de mis amigos viajó tanto aquellas semanas santas. Tenía más suerte que los que me habían abandonado. Y esa suerte era doble.

Me alegraba mirar aquellos tubos de cristal con tapón que escondían unas ramas negras, junto con un par de barras de un pan especial, que se dejaba de un día para otro, con una miga densa. Pero cuando en Semana Santa los encontraba en la cocina mi alma golosa se regocijaba.

No te pongas por medio, me decía mi madre en la cocina.

Mientras, ella, cocía leche donde echaba una cáscara de naranja y alguna rama de un color marrón, canela, que luego sacaba. Dejaba enfriar la leche en un bol. Y en un plato de porcelana, de aquellos cuyo sonido estáis recordando cuando el tenedor envolvia claras con yemas chocando con el fondo, batía huevos.

Ponía una sartén en el fuego con aceite de girasol. Aquel aceite solo se utilizaba en esa ocasión y cuando se hacía aquella mayonesa casera que crecía al ritmo de minipimer, mezclada con el de oliva, en un hilo de líquido para que no se cortara.

Partía las barras de pan en rebanadas no muy finas, las mojaba en la leche, ya tibia, anaranjada y acanelada,.escurría, las pasaba al plato de huevo batido, escurría y a la sartén.

Las freía en tandas de tres, volvia a escurrir cuando cogían su color y las colocaba en una fuente ancha rectangular.

No te comas ninguna aún, me advertía.

En un puchero hacia el almibar. La misma cantidad en volumen de agua y azucar, dos o tres vasos de cada. Cocía removiendo la mezcla y echaba las ramas de vainilla en rama que abría antes a lo largo.

Aquel rico jarabe lo echaba a la fuente de las torrijas y aquellas se humedecían.

Por entonces la casa estaba inundada por ese aroma. Los vecinos sabían que Concha había hecho torrijas porque el olor salía por la ventana de la cocina.

Yo no había podido ir a Valdepiélagos pero mi solitaria infancia la había endulzado como todos los años, como siempre, mi madre.

FUENTE: https://www.facebook.com/agustin.delasheras

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