POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIÉLAGOS (MADRID).
Pridie Nonas Novembribus MMDCCLXXVI Ab Urbe Condita, para los ilustrados.
¿Y no es la labor de un cronista que lo acontecido y que acontece no se pierda?
Pues, con la venia de los interesados…
Una mañana de niebla en el mes de noviembre y en las tierras del arzobispo, nuestro adalid encaminose por el antiguo tunel de olmos desaparecido por culpa de la grafiosis. Pasadas las tierras frente al camposanto, donde nos visitaban hace años los carromatos de los húngaros, este nuevo magiar, sobre su montura encarnada y emblema blanco sobre rojo, venido de la misma ribera del Pilde, en el camino del destierro de nuestro Cid, cruzó la Fuente de la Tejera y se dirigió a su destino. Ya los habitantes no traían sus utensilios de cocina a la entrada de la villa y el carruaje iba a sus casas.
Nuestro adalid dirigió su cabalgadura a la ecoaldea.
En ella una noble dama sufría porque su artilugio maldito, aquel que lavaba platos sin necesidad de acercarse al arroyo, se debatía entre estertores y mensajes lumínicos.
Al adalid le fue enseñado aquel monstruo y como San Jorge, pero armado de maña y destornillador en lugar de espada, le estrajo un güito de sus entrañas que le impedía acometer su cometido. Aún se pregunta la chirimoya cómo llegó allí.
La dama sonrió, la herejía en forma de máquina funcionó y el adalid quedose tranquilo porque no hubo que llamar a la inquisición.
Y a estas alturas tanto valdepielagueños como los que no, se preguntan el nombre de la dama y su adalid salvador. Y con permiso de ellos, lo diré.
Ella es la plasmadora de nuestros mejores instantes, capaz de inmortalizarnos con esa extraña brujería, la única capaz de sacar nuestra mejor presencia, que en casos como en los de este cronista, es todo un milagro. Susana la llaman en la villa.
Y él… Ay él… Él es un buen amigo, allende la frontera del Duero, junto al desaparecido convento fundado por Ermesenda de Narbona, ribera del Pilde, cuya villa llaman Brazacorta. Su nombre, Robert, corregidor necesario en una población contingente.
¿Y de cómo sé yo esta historia?
Bueno, los cronistas también tenemos nuestras fuentes viejas y nuestros secretos.
Para estas averiguaciones preparé un lecho de aulagas y lo prendí fuego. En un puchero eché agua de manantial, belladona, mandrágora, pucharacas y ortigas que crecen junto a la torre de la muralla de Talamanca y… vaya, voto a brios, no te amuela, ya está alguno tomando nota.
Pues, tendréis que esperar a otra crónica…