POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID)
(Continuamos con el trabajo que presenté en Sigüenza)
(…) Entrando en el siglo XIX Valdepiélagos pasó de página a aquel Fuero bueno y honorable. El 13 de mayo de 1801 se eximió de la jurisdicción de Talamanca con deslinde incluido. El día 15, día de San Isidro Labrador, se firmó dicho villazgo por muchos de los vecinos de este pueblo, patrón de la villa. Los primeros señores de justicia nombrados el día que se tomó posesión fueron: alcaldes, señor Andrés Frutos y señor Fernando Pascual; señores regidores, señor Luis López y señor Santiago Benito; señor Procurador, el señor Isidro García; alcaldes del campo, los señores Juan Redondo y Manuel Sanz, y alguacil, Luis Matías. Era por entonces cura de la única parroquia de esa villa, D. Vicente José Poveda. Costó la eximente de dicha jurisdicción más de cuarenta y cuatro mil reales de vellón, sin contar gastos de audiencias que con todo sería unos cincuenta mil. Efectuados los padrones que darían obligación al pago de contribuciones, se instalaron los símbolos de posesión de jurisdicción propia. Se colocó una horca, picota y el cuchillo como significado de que esta villa era gobernada. Todos estos símbolos se fijaron en el Cerro de la Dehesa, frente al pueblo, para que todo el mundo los viera. Siendo no solo objeto de contemplación, sino de ejemplo y advertencia para vecinos y extraños. Desde este alto, el cura, alcaldes y demás firmantes nombrados como señores de justicia fueron escoltados por los vecinos del pueblo. Cuando todo el mundo empezó a bajar la cuesta ambos se quedaron mirando el pueblo y reconociendo sus calles, como doscientos años después lo haría Don Anatolio González, hacedor de maquetas, maestro para perpetuar cada rincón del pueblo, pregonero y enciclopedia viviente de sus recuerdos que son los de su pueblo.
Aquella visión de 1801, en cuanto al callejero, ha llegado hasta nuestros días ya que fueron recogidas en el Libro de Villazgo por el mismo regidor Santiago Benito junto al procurador Isidro García, acompañados de alguacil que fueron tomando nota de calles y vecinos. No llegó la paz hasta Valdepiélagos porque un año después el francés diciendo que cruzaba a Portugal, se quedó. Y ya sin Fuero, Valdepiélagos tuvo sus sucesos e historias que deben ir en otras crónicas. Por ello, en esta breve presentación de esta villa no quiero dejar de pasar por multitud de líneas de investigación que nos lleva a tener historia propia sino la relación con una serie de personajes a modo de ejemplo.
Uno de ellos recordado en estos meses pasados en el Museo de Guadalajara, dentro del Palacio del Infantado. Su nombre Alejo Vera Estaca. Es curioso como la muerte ha llevado al olvido incluso a hombres ilustres. Aunque sus obras permanecen, sus vidas se apagaron en un silencio tal que ni en su entierro fueron reconocidos sus méritos. Murieron solos. Así es esta España cruel y olvidadiza con los suyos. Luego la historia los desvanece hasta que por arte de magia alguien se acuerda que hace cien o doscientos años, nacieron o murieron. Y, es más, muchos se rasgan las vestiduras diciendo que el ilustre finado era de mi provincia, de mi campiña o de mi tierra. Uno de los datos que sabemos es que el pintor Alejo Vera Estaca nació en Viñuelas, provincia de Guadalajara. Eso es indudable. No seré yo quien cuestione si nació allí porque vivía allí su familia o iba de paso o se había trasladado por el oficio del padre. No tengo datos para afirmar una cosa u otra. Solo puedo afirmar que la madre estaba allí. Tampoco puedo afirmar que don Alejo fuera alcarreño o guadalajareño de pura cepa. Define la RAE, a una persona de pura cepa, como aquella auténtica, con los caracteres propios de una clase. Y de qué clase era Alejo, qué sangre llevaba. Y lo que no he podido demostrar, hasta ahora en este texto, desde este punto podré hacerlo porque será con datos que figuran en escritos.
Y “puesto que lo que se hace con el tiempo muy fácilmente se borra en la memoria humana a no ser que se eternice mediante el testimonio de la escritura” como dijo Don Rodrigo Jiménez de Rada, estas palabras toman verdadero significado. Y por eso lo traigo aquí. Un lunes 14 de mayo de 1832, víspera de la fiesta del patrón de Valdepiélagos, San Isidro, la boda de “Noverta” Estaca Moreno, la hija de los también valdepielagueños, Victor y “Balvina” con aquel madrileño, viudo, llamado José Vera, debió ser un acontecimiento. Aquel día, en la iglesia parroquial, habiendo hecha en ella las tres amonestaciones prevenidas por el Santo Concilio de Trento en tres días festivos, a saber, el uno, el tres y el seis, sin haber en ellas impedimento alguno y habiendo igualmente realizado el examen de doctrina cristiana, Pablo Lillo, predicador llegado del mismo Convento de San Francisco de Uceda, con licencia del señor cura, desposó y veló según rito de esta diócesis a José y a Noverta. José, el futuro padre de nuestro pintor, era hijo del alicantino José Vera y de Lorenza “Belasco”, esta última natural de Valdeolmos, villa y anterior aldea bajo el Fuero de Talamanca. En cuanto a la madre del futuro ilustre era hija de Víctor Estaca y Balvina Moreno, ambos vecinos de Valdepiélagos y feligreses de esa iglesia. Y de aquel casamiento fueron testigos Luciano Daganzo, Antonio Puentes y otros parroquianos. Esto figura en el Libro Quinto de Matrimonios de la Iglesia de la Asunción de Nuestra Señora de Valdepiélagos. Como figura antes el bautizo de la novia y posteriormente el fallecimiento de los abuelos, junto con muchos más datos familiares en otros libros. Víctor Estaca falleció a los 66 años en junio de 1843. Balvina Moreno había fallecido antes, el 5 de noviembre de 1823 y está enterrada frente al altar del Santo Cristo, del tramo primero, nada más entrar a la derecha de la iglesia de Valdepiélagos.
Puestos a celebrar aniversarios, en este año de 2023, se cumplen 100 años del fallecimiento de Alejo Vera Estaca y 200 años del fallecimiento de su abuela. Y si hemos de celebrar su obra recordando su muerte no lo hagamos sólo nuestro.
Don Alejo nació en Viñuelas, Guadalajara, estudió en el Instituto de San Isidro de la calle de Toledo, Madrid, como este humilde cronista que nunca le llegará a la suela de sus zapatos, y murió finalmente en la capital. Eso es cierto, indudable y categórico. Como cierto es que la mitad de la sangre que corría por sus venas era valdepielagueña.
Valdepiélagos no puede hacerle sólo suyo, pero tampoco nadie debería hacerlo. Porque si el resto lo reivindica, Valdepielagos también tiene derecho. La figura de don Alejo Vera Estaca ha estado años olvidada por los vecinos de Valdepiélagos, por los de Viñuelas, por los de Guadalajara y por los de Madrid. Don Alejo Vera Estaca fue un excelente pintor y máximo exponente de la pintura histórica dentro del romanticismo. Aquel discípulo de Federico Madrazo, estudiante de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, premiado por cuadros como “Entierro de San Lorenzo en las catacumbas de Roma” y “Santa Cecilia y San Valerio”, que dejó su huella en el mismo techo de la Cámara de Comercio e Industria de Madrid, que perteneció a la Academia de España en Roma y fue nombrado director, donde pintó el cuadro que siempre admiré de joven y no supe en aquellas fechas el origen del autor, “Numancia o El último día de Numancia” y enseñó su arte a sus alumnos mientras la salud se lo permitió, murió en Madrid el 4 de febrero de 1923.
Y en todos nosotros está el sentirnos orgullosos que una figura así haya nacido, vivido y realizado su obra en tantos lugares antes de morir, dejándonos con ello tan preciado legado como artista y como persona.
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Hermosa fotografía de MariCarmen GonzálezFUENTE: https://www.facebook.com/agustin.delasheras