POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS).
El sepulcro de Don Pelayo es una de las curiosidades que Covadonga ofrece al visitante.
La inscripción de la supuesta sepultura -de tosca factura y vulgar en su texto- muestra una bárbara ortografía, y dice de este modo:
«AQUÍ YAZE EL SREY DON PELAIO
E L L E T O EL A Ñ O DE 716 QVE EN
E S T AM I L A G R O S AC V E B AC O ME
N Z O LA R E S T A U R A C I O NDE E S PA
ÑA BENZIDOS LOS MOROS FALLECIO
AÑO 737 Y LE ACOPANA SS MVSER Y ERMANA»
(“Aquí yace el Rey Don Pelayo, electo el año 716, que en esta milagrosa cueva comenzó la restauración de España. Vencidos los moros, falleció el año 737 y le acompaña su mujer y su hermana”).
Esta inscripción en el interior de la Cueva de Covadonga data de hace unos tres siglos a lo sumo, y según el historiador, jurista y crítico literario Julio Puyol y Alonso (1865-1937) puede presumirse que la inscripción fue esculpida a finales del siglo XVII o con posterioridad.
La creencia de que éste es el sepulcro del famoso caudillo, carece de todo fundamento, como es fácil demostrar recordando los antecedentes del asunto.
De la muerte de Pelayo no se halla noticia alguna en los cronicones anteriores al siglo IX, pues las más antiguas memorias de ella son las que contienen los del Albeldense y de Sebastián, donde se dice que murió en el lugar de Cánicas tras reinar diecinueve años, y que fue sepultado en Santa Eulalia de Velamio (Abamia), en el mismo templo donde también estaba su esposa, la reina Gaudiosa.
Una tradición, cuyo origen se desconoce, asegura que aquellos restos fueron trasladados a la capilla de Santa María de Covadonga, edificada -según unos- por el rey Don Alfonso I y -según otros- por el rey Don Alfonso el Casto, aunque es de notar que ni el hecho del traslado, ni el nombre del rey que mandó construir el monasterio, constan en parte alguna.
El historiador, humanista y arqueólogo Ambrosio de Morales, visitó Covadonga en 1572 por orden del rey Felipe II, y dejó por escrito cumplida cuenta de todo lo que vio y le contaron sobre la antigüedad y situación del santuario.
Hablando del sepulcro, escribe lo siguiente:
“Ésta, dicen todos que es la sepultura del Rey Don Pelayo, añadiendo que el rey Don Alonso el Casto, cuando edificó esta iglesia, pasó a ella el cuerpo de este Rey desde la Iglesia de Santa Eulalia.
Esto es lo que ahora todos dicen en Asturias, sin poder dar más razón de ello”.
Deja constancia de que el sepulcro no era muy antiguo y de que la tumba de piedra era toda lisa, sin ninguna labor ni letra.
Cronistas posteriores señalaron que en Covadonga no existía ningún documento antiguo, pues se había dado la rara y fatal casualidad de que cierto abad -a quien le encomendaron la misión de llevar a la corte de Castilla las escrituras y privilegios del monasterio con el fin de que fueran confirmados- muriese en el camino, con tan adversa estrella para él, para los monjes y para la Historia, que los documentos no volvieron a aparecer, como si los hubiese tragado la tierra.
Añade el citado Julio Puyol y Alonso que alguien, sin embargo, pretendió con posterioridad que de aquella catástrofe diplomática se habían salvado dos importantísimas escrituras, la de fundación del monasterio y la de una copiosa donación al mismo.
Señala el mismo historiador que, en un artículo publicado hace poco más de un siglo, su autor afirmaba que un destacado asturiano con título (se refiere al conde de la Vega del Sella) le dijo que un militar de alta graduación (el general Burguete) contaba haber estado presente en la apertura del sepulcro de Covadonga, ordenada por el rey Don Alfonso XIII, quien en una de sus últimas visitas al santuario manifestó el deseo de contemplar los restos de Don Pelayo, y decía “no haber visto en el interior más que un fémur, de tan grandes proporciones, que suponía no fuese de un ser humano”.
Al parecer, en el museo habilitado en la basílica hace un siglo, también se mostraba a los visitantes un cráneo, asegurando que era el del oso que despedazó a Favila…
En resumen, que antes del siglo IX en ningún lugar se habló de la muerte y sepultura de Don Pelayo, y sólo en los posteriores cronicones (Albendense y de Sebastián) se menciona al monarca y a su esposa como fallecidos en Cangas y sepultados en Santa Eulalia de Abamia.
Que en los dos primeros tercios del reinado de Alfonso VII, no había memoria de que los restos de Pelayo hubiesen sido trasladados de su primitivo enterramiento y que, por tanto, la versión de hallarse en Covadonga debió de nacer después del año 1142.
Que no hay documento alguno conocido, ni en Covadonga, ni en otra parte, que permita afirmar -ni tan siquiera suponer- que el cuerpo de Don Pelayo hubiese sido trasladado desde la iglesia de Abamia hasta el antiguo monasterio de Covadonga.
Concluyendo -como tantas veces ocurre en la Historia- que todo parece indicar que son puras invenciones y que -a fuerza de dejarlas pasar de boca en boca a través de los siglos- acaban siendo creídas y dadas por hechos reales, aunque carezcan del más mínimo fundamento ni sustento documental.
—- Francisco José Rozada Martínez, 25 de septiembre de 2022 —-
FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez