POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
El antipendio o frontal del altar y trono de la Virgen de Covadonga -en su tradicional lugar de culto de la Santa Cueva- está hecho en bronce repujado y representa la Batalla de Covadonga, ajustándose a los cánones de la tradición oral y escrita sobre la misma. Ese espacio rectangular del frente del altar se enmarca con una orla animada por broches con cabujones, y se divide en su interior por medio de cenefas tachonadas que ayudan y contribuyen a definir la escena.
Como puntualiza -con su amplio saber y dominio del tema- el Doctor en Historia del Arte don Gerardo Díaz Quirós, en el minucioso catálogo publicado con motivo del Centenario de la Dedicación de la Basílica de Covadonga, en el año 2001, y bajo el título “Covadonga: Iconografía de una devoción”, dentro de la que se llama mandorla del antipendio -sinuoso, en este caso- aparece la imagen sedente de María, bordeada por la inscripción “Exurge Dómine iudica causam tuam” (“Levántate, Señor, defiende tu causa”), expresión que pertenece al Libro de los Salmos 73 (74), donde se suplica la liberación frente a los adversarios que se alzan frente a Él, entre el tumulto que crece.
En este antipendio de Covadonga -y por elemental recurso jerárquico- la figura de Pelayo aparece a los pies de la imagen de María, identificado aquel por la inscripción que lo cita y presentado como batallador y vencedor sobre dos árabes que yacen bajo sus pies.
Seis personajes acompañan a la Virgen y a Pelayo en el interior de la mandorla, ese marco en forma de almendra tan típico del arte románico y bizantino que suele rodear las imágenes de Cristo Majestad.
Los seis personajes sintetizan y representan a los astures sublevados, tres de ellos con escudos y espadas y los otros tres levantan sus brazos para arrojar piedras contra los seguidores de la luna creciente o media luna (vista ésta desde el hemisferio sur). Desde lo alto descienden seis ángeles armados con espadas, que el artista representa cabeza abajo para dar una clara impresión de descendimiento.
Todo el frontal expresa un concepto del espacio de evidente lectura medievalista, donde los tamaños ponen de manifiesto las jerarquías y donde la simetría (que algunos juzgamos como un elemento destacado del arte) se hacen patentes en todo el espacio que comentamos.
El bronce del antipendio lleva aplicados colores que podemos interpretar de forma simbólica -como afirma el arriba citado Gerardo D. Quirós- de manera que tanto la Virgen central sedente como los seis ángeles aparecen dorados por completo, mientras las huestes sarracenas se confunden con el fondo en campo de plata; un evidente contraste entre quienes son moradores del universo celestial y los que serán vencidos por la intercesión divina.
Todo ello según la visión de las -a veces- discutidas crónicas escritas por tantos historiadores y estudiosos, algo lógico -por otra parte- tratándose de hechos de los que ahora se conmemoran trece siglos.
Antes de ser colocado en el lugar que ocupa a los pies de Sta. María de Covadonga, el antipendio -salido de los madrileños “Talleres de Arte Granda”- fue seleccionado para la II Bienal de Arte de Barcelona y todo el conjunto estuvo expuesto en el Salón de Espejos del Centro Asturiano de Madrid, antes de ser ubicado definitivamente a los pies de la patrona de Asturias.
No olvidaremos que esta notable pieza frontal del altar formaba parte del conjunto que se hizo para reorganizar y dignificar el espacio de la Santa Cueva tras la Guerra Civil, siempre bajo la dirección de don Luis Menéndez Pidal, el cual había instalado de forma provisional -tras la imagen- una exedra de madera cubierta de musgo hasta que se le encargó el proyecto al orfebre Juan José García Quiles, discípulo predilecto del presbítero y artista Félix Granda, fallecido ese mismo año y que había sido el autor de las coronas de La Santina y el Niño Jesús para la solemne coronación canónica de estas imágenes en 1918.
García Quiles trabajaba en los “Talleres de Arte” y ya estaba bien acreditado por sus trabajos en el altar de Santo Tomás de Avilés o del baldaquino de plata de la Virgen del Portal, de Villaviciosa.
La exedra de respeto en cobre dorado, con forma semicircular y en dos niveles, realizada al igual que el antipendio por Juan José García, se instaló en 1954 tras la imagen titular, y muestra en su nivel inferior los estilizados altorrelieves de los monarcas asturianos Pelayo, Alfonso I, Fruela, Alfonso II, Ramiro I, Ordoño I y Alfonso III el Magno. Cierto es que no están representados todos los reyes asturianos, pues faltan Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo, aquellos a quienes alguien denominó “reyes holgazanes”, una curiosa licencia ésta de llamar “holgazán” a quien no se involucró en batallas, persecuciones o escaramuzas contra los árabes.
Esta exedra de respeto tras el altar y trono de la Virgen muestra -en su nivel superior- una arquería con clara influencia de la arquitectura del prerrománico asturiano.
Las dos lámparas que penden a derecha e izquierda de la patrona de Asturias, son copias exactas de la corona votiva del rey visigodo Recesvinto, según el tesoro hallado en Guarrazar (Toledo). Su autor también es el mismo del antipendio y la exedra.
En el año 2012 todo este conjunto artístico de la Santa Cueva al que hacemos mención, ha sido restaurado a expensas del venezolano Centro Asturiano de Caracas, lo cual es signo testimonial del amor de los emigrantes asturianos a Santa María de Covadonga.
La imagen se asienta propiamente en un sencillo pilar de piedra acanalada, siguiendo las indicaciones de las Reales Academias de San Fernando y de la Historia, así como de la Dirección General de Bellas Artes en 1954.
Casi desconocida para los asturianos es la extensa inscripción que -en letras doradas- aparece grabada sobre el pétreo pedestal acanalado que sostiene a la Santina; en esa leyenda se recogen en latín las advocaciones marianas de la Letanía Lauretana, según la cual se celebra a María como amable, clemente, fiel, rosa mística, puerta del cielo, espejo de justicia, consuelo de los afligidos, causa de nuestra alegría, estrella de la mañana, salud de los enfermos y muchas otras conocidas advocaciones de alabanza y súplica.
El altar, por otra parte, conserva la disposición tradicional según la cual las celebraciones eucarísticas mantienen al sacerdote y a los fieles orientados en la misma dirección, con la imagen de la Santina mirando hacia todos ellos; una excepción lógica en la liturgia por razonados motivos de espacio, devoción y relevancia.
-Francisco José Rozada Martínez, 17 de septiembre de 2022.