POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Cuánto tiempo que no sabía de Clara, iconoclasta y marihuanera, y fui a topármela en la calle Fierro, junto al Ayuntamiento, santiguándose como si acabara de salir de San Isidoro, de algún triduo por San Mateo. ¡Clara santiguándose! Me hice cruces yo también; aunque se santiguaba una y otra vez de una manera extraña puesto que finalizaba llevándose la mano al pubis. Los dedos a la frente, al pecho, hombro izquierdo, hombro derecho, y luego abajo, a la boca del alma. Nos abrazamos, me interesé por su giro hacia la fe y por ese colofón en su repetido signo sacramental, y me respondió que la religión le importaba un bledo y sólo trataba de acordarse de lo que tenía que comprar en el Fontán; se llevó la mano a la frente y dijo: “una cabeza de ajo”, al estómago: “sal de fruta”, al pecho izquierdo y el derecho: “dos botellas de leche”, y a la entrepierna: “un estropajo”.
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