POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA. CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA). DE LA ACADEMIA DE MÉDICOS ESCRITORES
Hace unos días, reflexionando sobre la situación actual de los ciudadanos, entre los cuales me incluyo, me rebelé contra los acontecimientos sobrevenidos a los seres humanos, en este principio de siglo XXI.
Literalmente masacrados; por “personas ineptas y sin escrúpulos”, se ven reducidas a la más absoluta miseria, por los poderosos; ayudados por sus acólitos, generalmente políticos advenedizos que “realizan el trabajo sucio”, perfectamente orquestado por los poderes fácticos. ¿Con qué finalidad? Sencillamente: destruir el tejido social qué, con tanto esfuerzo habían conseguido las clases más humildes: las menesterosas.
Ante esta tesitura, en el solaz de mi atalaya, me puse a reflexionar y me rebelé contra la situación actual de la sociedad. Pensativo y desanimado, oteé el horizonte y lo contemplé con grandes nubarrones. Se apoderó, de mí, la desesperanza. En ese momento, me acordé de “Las Bienaventuranzas” que me trataron de inculcar, cuando era un niño y, que he procurado tener presente en la vida cotidiana, aunque, con más deficiencias de las que hubiera deseado. Soy humano y, por tanto, limitado.
Estas Bienaventuranzas, dicen así: Bienaventurados “los pobres”, porque de ellos es el reino de Dios. Bienaventurados “los mansos”, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que “lloran”, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen “hambre y sed de justicia”, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los “misericordiosos”, porque alcanzarán misericordia. Bienaventurados “los limpios de corazón”, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados “los pacíficos”, porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados “los perseguidos” por causa de la justicia, sin ser culpables, porque de ellos es el reino de los cielos y Bienaventurados “cuando os insultan ó calumnian”,por mi causa, porque será grande su recompensa.
Me viene a la memoria, el recuerdo de un hombre sencillo, de gran austeridad y enormes valores humanos y qué, salvando las distancias, ha sido santo y seña durante toda mi vida. Se trata de Mohandas Karamchand “Gandhi”, nacido en Porbandar, en el año 1869.
Rabindranath Tagore, le puso el título de Mahatma (Gran Alma), nombramiento inmerecido- según Gandhi-, del cuál se quejaba. En un país corrupto, donde la política era sinónimo de corrupción, introdujo la ética, a través de sus discursos y, sobre todo, de su ejemplo de vida.
Vivió en la pobreza extrema, dando ejemplo al “no conceder prebendas a los pudientes ni a sus familiares” Se convirtió en el “líder de la no violencia” y, a su Dios, criado entre el hinduismo y el islamismo, lo veía entre sus semejantes; los pobres, los desvalidos. En una palabra: “Los Menesterosos”.
Por eso decía- y así vivía- “bajo la égida del Dios Todo misericordioso”; dejando al “Dios Todopoderoso”, para los que apetecían acaparar el poder hegemónico; tanto a nivel económico, como político y social.
Ese, “El Dios Todo misericordioso, era su verdadero Dios y, por Él, dio su vida”. Ahora, con la paz de que disfruto en el solaz de mi atalaya, hago la siguiente reflexión: ¿CUÁL ES NUESTRO DIOS?.