POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Se acaba el verano, por mucho que lo queramos estirarlo en ferias de pueblo, y nos conformemos pensando en lo que aún falta para otoño, que se inaugura con el “veranillo de los membrillos”. Es un nombre perfecto, porque el verano es rojo, o naranja; pero Septiembre es amarillo, como el membrillo; como las hojas muertas de una alameda, que serán marrones en invierno. El invierno es marrón, o gris, según el estado de ánimo. Y la primavera verde, el color de la esperanza. Sobre gustos nada hay escrito. Pero no podemos evitar que el subconsciente nos gaste malas pasadas y convierta un mes u otro en simpático o antipático. A mi septiembre me pone depre, desde siempre. Es lógico.
En el pueblo en que nací calor, lo que se dice calor, del pegajoso, no pasábamos en verano. Teníamos cerca el campo, agua de sierra, y tiempo para la convivencia vecinal. Nos comunicábamos a diario por los huertos, o por los terraos, y nos cruzábamos cada noche en el paseo, para tomar el fresco y ver las estrellas fugaces, la Osa Mayor u la Osa Menor. Hoy, con tanta luz eléctrica, y con tanta prisa, el cielo ya no tiene ni estrellas. Sí, aquellas veladas del verano en mi pueblo eran largas, sin prisa, con una silla en la puerta de la calle, cuando dejaban de piar los pájaros para no molestar al personal y olía el aire a donpedros. Allí, noche tras noche, niños, jóvenes y viejos se contaban las mismas historias del ayer, que cada verano parecía nuevas. Hasta que llegó la tele, y las únicas voces del pueblo fueron impersonales. Quien no ha vivido aquello, los veranos de antes, no sabe lo que se ha perdido. Para las muchachas en edad de merecer el verano era también el tiempo más feliz. No es que los padres quitaran la vista de encima al pretendiente de turno, pero había excusas para escaparse al río, a por agua fresca, o a lavar. El calor, cuando no es de morir, relaja un poco las costumbres, hasta en el vestir. En tiempo de nuestros abuelos ver la pantorrilla de una muchacha despertaba más pasiones que los desnudos integrales, con o sin exigencia de guión, que llegaron en los felices 60, con las películas de Alfredo Landa. Por entonces los chicos y chicas de mi pandilla de juventud, que apenas gastábamos nada en caprichos, disfrutábamos el verano de lo lindo, en excursiones campestres, tartera incluida, y bailes las terrazas de casas, o en el casino. Eran guateques para no olvidar, sin necesidad de borracheras ni de escandalizar a los mayores. Así pasaban julio y agosto, con serenatas a las niñas guapas, y un tocadiscos que en las noches de verano portaba melodías románticas. Triunfaba el “Dúo Dinámico”, muy guapetones ellos. Una de sus canciones avisaba del desastre: “el final del verano, llegó, y tú partirás…”. Daban ganas de llorar escuchándolos, en las puertas de septiembre. Ese mes tocaba examinarse de lo pendiente de junio, echar en la maleta los apuntes, manchados de café y chamuscados por alguna colilla, ropas de abrigo y paraguas. Había llegado la hora de, guardar el tocadiscos, y preparar el ánimo para un invierno que se nos antojana largo, triste. Aunque luego no fuera para tanto. Porque cuando uno es joven siempre encuentran motivos para ser feliz.
Mucho peores son los septiembres que van llegando con los años. Septiembres en lo que por no haber no hay ya ni tocadiscos, ni un Dúo Dinámico que nos enamore. Septiembres hechos para sacar las mantas del armario, comprar los libros del cole a los críos, o pagar la matrícula de los que van a la universidad; sin darnos cuenta de que en ese viaje de los hijos ha empezado la marcha atrás, y que lo que llegara, si hay suerte, son septiembres amarillos. Con armarios demasiado vacios y despensas demasiado llenas. El éxito de cada uno consiste en aprovechar estos nuevos septiembres, ya sin agobios escolares, sin prisas, sin hipotecas. Septiembres en los que uno pueda escaparse para ver de nuevo un cielo con estrellas y Vía Láctea. Donde te pongan buena comida casera, y postre de carne de membrillo. Septiembres hechos para volver más que para marcharse, dice mi papelera. Ella y una servidora inauguramos este septiembre amarillo en El Escorial, recordando a Santa Teresa. Aunque no nos acompañe el Dúo Dinámico. La felicidad completa todavía no se ha inventado.
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Cuando llega septiembre . 3.9.015.Adela Tarifa (30)
Fuente: Diario IDEAL. Jaén, 3 de septiembre de 2015