POR MANUEL LÓPEZ FERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE VILLANUEVA DEL ARZOBISPO (JAÉN)
Nuestro amor pudo nacer en el encuentro de julio de 1973, ante la invitación de Miguel, mi hermano a pasar unos días aquí. El Festival de Benidorm, con el que soñaba cada año. La claridad de las aguas mediterráneas hicieron surgir una pasión que ya dura en la inmensidad del tiempo. Salir a la terraza por la mañana es contemplar un lienzo de Sorolla, tras la placidez, el silencio y las diversas tonalidades de azul del mar. (¡Qué bien lo describió, José Moreno!)
Correr por la orilla de la playa dejando marcadas en la arena las huellas de los pies descalzos. Tras una larga temporada sedentaria, es un pulso a los años someter piernas, pulmones y corazón a la prueba de varios kilómetros hasta el final de la playa. En el regreso mirando a Levante, con un sol que acaba de aparecer, se produce un diálogo interior con Dios Creador, agradeciendo el milagro diario de la vida. Mientras las gotas de sudor van cayendo hasta los ojo formando una ligera cortina. En estos momentos surge el encuentro diario con Elena, síndrome de Down, que ya temprano, está sentada frente al mar. Antonio “un joven” madrileño de 71 años, ebanista jubilado, con el que comparto ejercicio físico, abre amplias distancias , como si de Mariano Haro, se tratara. Él cambió el mus y el dominó por la práctica diaria del deporte, en el polideportivo. Verlo recorrer varias veces la distancia que a mi me fatiga, es un modelo para envidiar. Tras el sudor del esfuerzo, un baño en las aguas solitarias, tibias, de un mar en calma, es una sensación parecida a la de los dioses de la mitología griega: uno de los mayores gozos que recordaremos en los fríos días invernales.
Después el encuentro con los amigos, en la parcela guardada con celo, tras la colocación de la sombrilla. La charla amistosa entre personas de diversas regiones unidas por el mar: vascos, asturianos, madrileños, andaluces, franceses, portugueses, manchegos… que se cuentan los avatares y esfuerzos de un año. Amistad que se refuerza cada año, y que hacen que las mañanas sean de animadas conversaciones sobre diversos temas y variadas opiniones.
Encontramos andaluces que no vienen al mar para contemplarlo, sino que llegaron para quedarse, dejando su esfuerzo y trabajo para lograr una vida digna en la hostelería, o construcción, de forma temporal o permanente. En la larga mañana hay tiempo para buscar “coralinas”, (especie de concha de mar) que comentan que dan suerte, (soñando con grandes premios de la primitiva o lotería, a veces, la suerte es pedir la continuidad de nuestras ilusiones, de nuestro trabajo y de nuestra familia en salud. Un milagro diario, que en algunas ocasiones sabemos valorar, renunciando a todos los “premios del mundo”, por mantener lo adquirido. Es curiosa la larga fila de buscadores de “coralinas” y es que la felicidad es una búsqueda permanente, en mil amuletos distintos, que nos dicen aseguran el éxito.
La visita a la biblioteca, en el antiguo castillo, sirve para pasear, encontrar numerosos jóvenes que preparan sus estudios en el silencio, roto por el rumor del mar, y agradables funcionarios que nos proporcionan libros de autores andaluces, de Gala a Muñoz Molina para su lectura en varios momentos del día; la charla con M.ª Jesús, estudiante de Úbeda, a la que no realizaron exámenes extraordinarios, cuando la muerte de su madre, no le permitió realizar la prueba de Selectividad. ( Hablar de solidaridad y justicia en estos momentos suena hasta mal). Grave error de las autoridades académicas.
En este periodo vacacional nada extraña a la vista. La juventud de pechos tersos, o los de una edad que se resiste a perder sus encantos; la piel blanca níveas con otra tostada de soles y agua, contrastes de culturas, de edades con el denominador común del reposo o la búsqueda del bronceado entre baños y charlas. Algún ejercicio para llegar nadando a una boya, no muy lejana, sirven para aliviar la larga mañana y el calor que aprieta.
La comida salpicada de visitas a las Gaviotas, la Salsa, Maitai, Chus, Benipark y después el sopor, la modorra, mientras la información de Tour con Induraín, siempre caballero del deporte, aunque no siempre ganador, acompaña a una somnolencia progresiva. Al caer la tarde, llega la calma, unas raquetas con más precisión que fuerza y el baño de despedida, mientras el sol va ocultándose entre los edificios y montañas de Poniente.
Se amplia nuestras vivencias entre las procesiones marineras por la Virgen del Carmen , y los magníficos fuegos artificiales , que llenan de luz y color el mar en tinieblas. En algunos momentos se realizan reclamaciones justas. Manifestaciones, “las manifas”, como dice Melchor, para pedir que la Playa de Poniente sea considerada y se realice un paseo peatonal, dotándola de los servicios necesarios de alumbrado… y se cuide el comercio de esta zona, que paga sus impuestos, sin recibir mucho a cambio.
Noches de visitas al castillo, con sus pintores, sus caricaturas de bocas grandes y bañadores cortos; de artesanos, alfareros que realizan su demostración allí ante la atenta mirada de turistas extranjeros, de los flash de las fotos para el recuerdo, que buscan el géiser y la explanada del castillo como fondo. Noches de cine, de visitas a los actos culturales del Parque de la Aigüera, uno de los lugares más bellos, que podemos contemplar entre arboledas y paseos bellamente iluminados, con dos maravillosos auditorios para actos programados con aceptable calidad y variedad. Visita alternativa, en la noche, es ir al paseo de la Playa de Levante, cruzando la estrecha calle de encuentros y saludos. Levante , que acaba de inaugurar un paseo modernista, es el lugar de todas las tendencias, del clasicismo a la excentridad, mientras que en las puertas de los locales de moda, contornean sus cuerpos jóvenes de ambos sexos ante la curiosidad de los paseantes. Puedes asistir al rodaje de alguna película que busca estos escenarios con Verónica Forqué o Jorge Sanz , entre los protagonistas.
Alguna visita en la noche a Altea, la Plaza de la Iglesia, logra llenarnos de serenidad y sosiego. Acercase a Villajoyosa, para asistir a los desfiles de Moros y Cristianos, donde la fantasía, el lujo , la música con el desfile de numerosas agrupaciones; el fuerte sonido de los disparos y estallidos de pólvora en el desembarco, se amortiguan con un nardo o un exquisito chocolate y churros en Valor.
Cuando la noche y las tinieblas se apoderan y llenan todo el espacio, el alma se llena de Mediterráneo, mientras la luna refleja su luz sobre la isla , y numerosas lucecitas llenan el horizonte, son los barcos de pescadores de Villajoyosa, que salen al mar para llenar sus redes. Cuesta trabajo abandonar la amistad, el Mediterráneo con sus aguas azules y tibias ; los paseos llenan el alma de luz, pero también de sueños de un Villanueva en la lejanía”. ( Texto escrito en los años noventa)
FUENTE: M.L.F.