POR MANUEL LÓPEZ FERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE VILLANUEVA DEL ARZOBISPO (JAÉN).
En ocasiones nos enamoramos de paisajes, lugares o ciudades que logran formar parte de nuestra vida. Aquí se nos permite la poligamia y encontrarnos con ellas en una estación del año o una época de nuestra vida. Tienen esta ciudades, como todas sus peculiaridades y defectos, en los que como enamorados, no vamos a profundizar, mezclaremos , sin quererlo recomendaciones turísticas con vivencias personales. Sus nombres y lugares van del Atlántico al Mediterráneo, del Renacimiento al amor apasionado y diario de vida y lugar permanente, y también el elegido para el destino final. Hablo de Sanlúcar de Barrameda, Úbeda, Benidorm y Villanueva del Arzobispo.
Revisando viejos documentos, quiero rescatar estos textos perdidos, con unos treinta años de vida.
Desde Sanlúcar sube un canto de sirenas
hasta una Villa nueva arropada en olivas
entre la sal que viene y el aceite que ordenas
las palomas recorren sus sendas decisivas
(Antonio Parra, Fiesta del Aceite 1961)
Me dejó marcado el descubrimiento del mar, muy cerca de Sanlúcar. Sin embargo fue aquí cuando admiré un atardecer desde el Puerto de Bonanza, lo que hizo que surgiera una emoción nunca sentido al llenarse mis ojos de tanta belleza, con la más serena combinación de matices de los diversos colores.
No suponía que años más tarde esa impresión de contemplar las sublimes puestas de sol se repetiría con frecuencia.
El nombre de Sanlúcar de santuarios de luz o del Solucar árabe nos sirve para vivir unos días de renovar los sentidos, plenos de intensidad en todas sus facetas.
La mañana puede transcurrir visitando su antiguo mercado por calles estrechas siempre llenas de gentes sureñas que con su acento, su mirada, y sus gestos ya son invitación a un día de optimismo.
Camarores que saltan de sus cajas vivos, y son vendidos por mujeres de pelo blanco y tez morena utilizando como medida un vaso. Camarones que después se convierten en el rico manjar de las tortillas que sacian el paladar más exigente. Mayores, rebosantes de simpatía que pelan con habilidad los higos chumbos y colocan primorosamente en pequeñas bolsas de plástico trasparente. Mientras los puesto de frutas, churros, vendedores de ajos, en la abarrotada calles disponen para la entrada al santuario de la pescadería: el cazón, atún, pijotas, acedías, pulpo y ¡cómo no, langostinos de Sanlúcar! El gracejo de los vendedores de pescado, su maestría para cortarlo hace que sea agradable este deambular por los puestos del mercado.
El regreso es un nuevo culto a la gastronomía popular, las mesas de los bares cercanos, tienen fuentes repletas de “manteca colorá”, para untar amplias tostadas. Mientras el olor de la manzanilla de las cercanas bodegas, embriaga nuestro interior.
Después perderse por el Barrio Alto, iniciando el recorrido por las Cobachas, calles sinuosas, pendientes, en donde afortunadamente el tiempo y el hombre se detuvieron; viejos portones con dinteles de piedra, con numerosos escudos, orgullo del pasado. El Ayuntamiento, antiguo palacio de los Duques de Orleans y Borbón de estilo neomudéjar y construido sobre el antiguo convento de la Merced te permite, en su entrada, contemplar las filigranas labradas en techos y paredes.
El Palacio de la Duquesa de Medina Sidonia, en donde miles de legajos, guardan parte de la historia desconocida de mares y conquistadores. Es el lugar soñado de estudio, de llamar a sus puertas un día solicitando conocer sus legajos, por si algún villanovense partiera desde esta ciudad a las Indias. Después las iglesias, bodegas, edificios como la Casa de la Silla, te sumergen en unos años de ensueño y luz de la ciudad. Puedes imaginar un encuentro con Cristóbal Colón, antes de partir para su tercer viaje al Nuevo Mundo; o tal vez con Juan Sebastián Elcano, que regresa, moralmente victorioso, pero físicamente derrotado de su Primera Vuelta al Mundo. Leer el libro que se guarda aquí de San Juan de la Cruz; visitar la casa donde residió durante largo tiempo Cecilia Bohl de Faber, o asistir a una de las tertulias “El Baratillo” de Manuel Barrios. Mientras numerosos azulejos colocados en esquina y calles te sirven de lazarillos, de luz para las tinieblas y de maestros y museos vivos .
Descubrir en este largo recorrido una arquitectura típica y popular “los cierros”, para ver siempre la calle y las gentes en su continuo vagar.
Por la tarde, la playa, sin grandes agobios, importando poco si la marea está baja o alta, si sopla levante o poniente. La Playa concebida como lugar de encuentro, buscando algo el sol, pero no tanto el baño. Es fácil entre familias y amigos realizar “amplísimas” tertulias bajo diez o más sombrillas y decenas de niños que juegan cerca.
Se ameniza con un exquisito café, acompañado de una variedad inagotable de dulces caseros, pasteles, hojaldres que Charo y M.ª Ángeles aportan casi a diario.
Si falta algún detalle, los carros de Pampín, con sus voces de “Carmelas, pasteles,pss…” o los carromatos de helado, mientras suena “Macarena” cruzan una y otra vez sobre la húmeda arena ofertando sus mercancías.
El paseo por la playa con Manolo y Parejo que enseñan y explican cada lugar cercano, el antiguo castillo, los modernos chalés de la Jara,la proximidad del faro de Chipiona, las mareas, el barco hundido en las proximidades o mil historias de marineros. Manolo dice “soñador de pasos del pasado, lector de piedras y archivos mientras me entrega una valiosa y antigua historia de Sanlúcar, que aporta datos inéditos”.
Foto ; Nacho
FUENTE: CRONISTA M.L.F.