POR MIGUEL ÁNGEL FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE NOREÑA (ASTURIAS)
No voy a pretender definir con palabras la belleza de Cudillero, ni tampoco la de mi querido Candelario, porque lo que ofrece esta villa charra se me ocurrió publicarlo en la prestigiosa revista EL BALUARTE que edita anualmente esta asociación y que luego conoceréis, y sin más, sin pensárselo mucho, aquí están sus dignos representantes y acompañantes para comprobar “in situ” si exageré en demasía con mi apreciación.
Resumiré aquel texto.
Qué curioso resulta ver la concha de Cudillero formada por las viviendas sustentándose unas con otras. Al menos esa sensación da al contemplarlo desde el puerto al nivel del mar. Hace más de doscientos años, ya lo definía perfectamente Antonio Juan Bances y Valdés: “Las casas están colocadas en ambas laderas –antiguamente separadas por un río- en forma de anfiteatro…Están apiñadas unas sobre otras; de suerte que la pared trasera de las de abajo sirve de apoyo a la fachada de las de arriba…”.
Esta curiosa imagen se repite en muchas localidades, y una de ellas, es la de la villa salmantina de Candelario, pueblo serrano, singular y querido, fundado por pastores asturianos en tiempos de la Reconquista y de donde era natural el Tío Rico, el personaje más popular de la literatura chacinera española inmortalizado por Bayeu.
Desde hace veinticinco años, tengo que considerarlo pueblo hermano, gracias a que contactamos a través de la Orden del Sabadiego con la entonces alcaldesa Carmen Esteban Fonseca y la amistad nos hizo mantenedores del cariño hacia tan típico y carismático pueblo. Los actos conjuntos participando en las fiestas de ambas localidades con pregón incluido, intercambio de visitas y la donación de un pegollu que luce en la parte más baja del pueblo junto al parque cercano al Humilladero, hace que recordemos esa villa entrañablemente. Y precisamente, desde ese lugar donde está ubicado el centenario pegoyu, se contempla otra imagen que nos es familiar. El anfiteatro formado por las viviendas de Candelario que nos recuerda al de Cudillero, y estando en Cudillero recordamos al de Candelario. Nos lo reflejó perfectamente el pintor Jacinto Sánchez Bayo en una plumilla que acompaña al texto.
“He subido por las empinadas y enchinarradas calles de su iglesia; he contemplado el valle. A mis pies, una huerta, detrás el rojo de los tejados de las casas del lugar, todavía sin chimeneas las más, que así lo pedía el oficio de la industria local de embutidos…” Así definía Miguel de Unamuno sus impresiones sobre Candelario y tenía razón. En Candelario al igual que en Cudillero todo es cuesta. También nos los definió así Camilo José Cela al presentarle en su entonces casa de Fontanar en Guadalajara a la citada alcaldesa. El Premio Nobel se había fijado concretamente en las regaderas por las que circula con rapidez el agua procedente de la sierra y que riega todos los huertos candelarienses antes de terminar en el río Cuerpo de Hombre, cuyas aguas alimentaban las fábricas textiles de Béjar.
Decía en el mencionado artículo que tenía la promesa de Juan Luis Álvarez del Busto, Cronista Oficial de Cudillero y presidente de esta asociación cultural más importante del Principado, de visitar junto a los inquietos viajeros Amigos de Cudillero este pueblo que ha sabido mantener sus costumbres y tradiciones, su idiosincrasia, su paisaje y el amor de su paisanaje por las cosas que lo hicieron único. Encontraréis muchas más coincidencias con Cudillero que las que yo puedo apreciar.
Quiero terminar realzando la belleza de ambos pueblos, pero tener por seguro que tanto Cudillero como Candelario no serían nada sin sus gentes. Nosotros como testigos somos testigos de todo lo aquí tratado. Puedo dar fe de ello.
Orden del Sabadiego
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