POR JOSÉ MARÍA SUÁREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE GUARROMÁN (JAÉN).
(Cuento tradicional)
LA SOPA DE PIEDRA
Ocurrió una vez que un hombre llegó a un pueblo pidiendo por las casas algo qué comer, pero en vista de la crisis económica que había toda la gente le dijo que no tenían nada que darle.
Como dice el refrán que el hambre agudiza el ingenio, cambió de estrategia. Llamó entonces a casa de una mujer para pedirle algo qué comer:
– Buenas tardes, señora. ¿Me da algo para comer, por favor?
– Lo siento, de verdad, pero ahora mismo no tengo nada en casa, –le respondió–.
– No se preocupe usted –le replicó el extraño -, aquí llevo en mi mochila una piedra con la que podría hacer una sopa. Si usted fuera tan amable de ponerla en una olla de agua hirviendo, yo guisaría la mejor sopa del mundo.
– ¿Cómo con una piedra va a hacer usted una sopa? ¡No me tome el pelo, por favor!
– En absoluto, señora, se lo prometo, ya lo verá y la probará usted. Deme un puchero muy grande, por favor, y verá como la hago.
La mujer buscó la olla más grande y la colocó en mitad de la plaza del pueblo. El extraño cocinero preparó el fuego y entre varios colocaron la olla con el agua, y cuando ésta comenzó a hervir ya estaban todos los vecinos en torno a aquel extraño chef, que tras dejar caer la piedra en el agua, probó una cucharada de la sopa exclamando:
– ¡Esta deliciosa! Lo único que necesita son unas patatas.
Una mujer se ofreció de inmediato a traerlas de su casa, pues su marido tenía un huertecillo. El hombre probó de nuevo la sopa, que ya sabía mucho mejor, pero echó en falta un poco de carne.
Otra mujer voluntaria corrió a su casa a buscarla, pues su marido era “cazaor”. Y con el mismo entusiasmo y curiosidad se repitió la escena al pedir unas verduras, sal y aceite de oliva
Lo último que pidió fue que cada cual trajera de su casa un plato y una cuchara para probarla.
La gente fue a sus casas a buscarlos y hasta trajeron pan, vino y algunas frutas.
Luego se sentaron todos a disfrutar de aquella alocada “sopa de piedra”, sintiéndose extrañamente felices de compartir, por primera vez, su comida.
Y aquel extraño hombre desapareció con su mochila sin que nadie se diera cuenta de su marcha, dejándoles aquella milagrosa piedra, que llevaba grabada esta inscripción: “Guisado entre todos, comido por todos, y el hambre “pa” nadie”.