CUENTO TRISTE DE NAVIDAD
Dic 27 2018

POR FRANCISCO PUCH JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDESIMONTE (SEGOVIA)

Belén navideño segoviano

El 20 de diciembre de este desventurado año 2018, se celebró una vez más en el Centro Segoviano de Madrid el homenaje a los abuelos que, desde hace 60 años se viene celebrando en dicho centro.

Allí estuve un año más, pero desafortunadamente no había tantos abuelos como otros años, no porque ya se hayan ido a la nebulosa de las estrellas, que también,  sino porque por unas u otras razones no pudieron o no quisieron asistir, por lo que se me antojó como un acto descafeinado hacia la figura entrañable de los abuelos. Ni siquiera los miembros de la Junta Directiva, tan sólo dos personas, El Presidente y su Secretaria General.

No hubo un auténtico homenaje a los abuelos como otros año en los que se proponía a algún abuelo o abuela para personificar en él o ella el significado de la fiesta de los abuelos

Todo consistió en unas, como siempre, muy elocuentes palabras del Presidente y un concierto de Villancicos a cargo de la ya famosa orquesta-rondalla segoviana de Cerezo de Abajo que nos deleitó con un hermoso recital de Villancicos de todos los tiempos.

Y como homenaje a todos los abuelos que todavía estamos aquí y también a aquéllos que tuvimos la desgracia de perder, he escrito este triste cuento de Navidad:

EL ABUELO YA NO ESTÁ CON NOSOTROS

Llegaste a nuestra casa cuando éramos pequeños, cuando se fue tu esposa al mundo de lo eterno; estabas abatido, viviendo para adentro; cincuenta años son muchos para irse del recuerdo; pero para ayudarte estábamos tus nietos que desde que llegaste quisimos al abuelo.

Te hacíamos trastadas, tú nos contabas cuentos, historias trasnochadas perdidas en tu tiempo, cuando ibas a buscarnos al salir del colegio; y así día tras día fuiste perdiendo el miedo a la soledad vacía en que se quedan los viejos, porque en casa, todos te queríamos ¡abuelo!.

Era un 20 de diciembre; ¡qué cerca la Navidad!, ¡qué lejos la Navidad!, cuando alguien ya no está.

Acababa de morir la abuela, tu esposa, tu compañera abnegada y cariñosa durante más de cincuenta años de compartir la vida contigo; durante más de cincuenta años de muchas prolongadas ausencias de vuestro lecho conyugal cuando, por razón de tu trabajo, tenías que pasar noches y noches fuera de tu casa, lejos de tu hogar, del amor de tu esposa, del cariño de tus hijos a los que, como todos los buenos padres del mundo adorabas; ellos eran la alegría de tu vida cuando después de tres o cuatro días de ausencia por tu penoso trabajo, volvías a casa, regresabas al hogar y podías volver a verlos y abrazarlos, mezclando sus caricias con el beso amoroso de su madre, tu esposa.

Murió la abuela y aquella Navidad no fue lo mismo. Nuestro padre, tu hijo mayor, te trajo a vivir a nuestra casa sacándote del hogar que durante más de cincuenta años había sido tu refugio, había sido toda tu vida con ella. ¿Qué pasaría después?. Yo creo que nunca llegaste a preguntártelo.

Ya eras mayor, pero no tan mayor como para no considerarte útil; y cada día sin que nadie te dijera nada, salías de nuestra casa, tu casa, para ir a buscar a tus nietos al colegio, para meterte en el mercado próximo y comprar unas pastas para el café de media tarde, para entrar en la lechería de Virgilio que era medio paisano tuyo y pegar la hebra con él mientras te tomabas un batido de fresa o de chocolate, ¡qué goloso eras!; siempre nos lo decía la abuela: ¡hijos! El abuelo es un goloso y diría que hasta un poco glotón cuando algo le gusta.

Cuando papá se acercaba a alguno de los lugares del barrio que frecuentabas se sentía muy orgulloso de que le hablaran de ti.

¡Hola!, buenas tardes, le decían; su padre estuvo aquí esta mañana, se llevó algo de fruta y unas chucherías para sus nietos. Mucho les quiere, todos los días les compra algo; pero ese pequeñajo rubio le trae por la calle de la amargura, porque se esconde al salir del colegio para que no le vea y marcharse a casa por su cuenta.

Papá ya lo sabía porque, cuántas veces llegaba el abuelo a casa dando un resoplido y preocupado preguntaba  por el telefonillo de la calle : ¿oye, ha llegado el niño?. El niño era un poquito esaborío, por no llamarle algo peor. El abuelo daba un profundo respiro y subía a casa resoplando.

¡Cuántos años felices pasaste en nuestra casa!. Compartiendo tu vida, ya en los últimos peldaños, con la de tus nietos que estaban empezando a vivir y poco después con tus bisnietos.

Hasta que llegó aquel fatídico día. Te levantaste por la noche para dirigirte al cuarto de baño, tropezaste con algo en la oscuridad, un jarrón de porcelana que estaba en el vestíbulo se interpuso en tu camino y el ruido de sus fragmentos al caer al suelo hizo que papá se despertara y acudiera a ver lo que había pasado.

Estabas tendido en el suelo y un hilillo de sangre brotaba de tu sien. Llamamos una ambulancia que tardó siglos en llegar, te llevaron al hospital;  presentabas un hematoma en el parietal derecho y sufriste la fractura de una cadera; si cada una de esas lesiones por sí solas podían ser definitivas para el desarrollo normal de tu vida, de nuestra vida, juntas las dos fueron algo que vino a cambiar nuestras costumbres, nuestra forma habitual de vivir; fue algo a lo que todos tuvimos que enfrentarnos, afrontando la situación con todo el amor, con todo el cariño que se siente por los seres que más amas.

Aquello se complicó con una neumonía que, junto con las otras lesiones te hicieron comenzar a decir frases sin sentido cuando intentábamos hablar contigo, palabras incoherentes cuyo significado no nos era conocido, con las que querías expresarnos algo. Los médicos nos dieron una explicación lógica desde su punto de vista profesional.

Compréndanlo; su padre ha sufrido un fuerte golpe en la cabeza, ello unido a la alta fiebre provocada por la neumonía ha afectado a la oxigenación del cerebro, el riego sanguíneo no es igual y al tener afectado el cerebro, ha perdido la memoria y disminuido sus facultades locomotrices.

No comprendíamos nada; sólo sabíamos que el abuelo ni podía moverse ni podía comunicarse. De vez en cuando esbozaba una sonrisa. Bonito panorama se nos presentaba. Fue entonces cuando por primera vez empezamos a oír hablar del Alzheimer. ¿Y qué es eso?, preguntaba yo en mi ignorancia.

Pues nada, nos decía el médico. Pues no es Alzheimer propiamente dicho, pero es algo parecido, se trata de una demencia senil con la que te tienes que enfrentar, no encorajinarte, no exasperarte, y saber que cuando te dirijas a tu padre lo tienes que hacer con más amor, con mucho más amor que cuando has estado tratando a tus hijos de pequeños. Tienes que darte cuenta de que, puede haber perdido la memoria, puede haber perdido la movilidad, puede haber perdido la forma de comunicarse, pero no está tonto, se da perfecta cuenta de lo que es una caricia, una sonrisa, un beso.

Durante más de seis años mi esposa y yo nos hemos visto privados de vacaciones, de viajes, de excursiones, de cenas con amigos; durante más de seis años nos hemos estado turnando en la casa para salir a nuestras ocupaciones habituales, a la compra, al trabajo, sin que nunca se quedara solo.

Durante más de seis años le hemos tenido que levantar del lecho, llevarle al baño, colocarle pañales, limpiarle, bañarle, darle de comer, intentar hablar con él cuando le sentábamos frente al televisor; acariciarle, observarle permanentemente para poder adivinar si algo le pasaba; todo ello con amor, con todo el amor con el que se cuida a un ser querido; en cuyo cometido no puedo por menos de elogiar la actitud de mi esposa, que se ha comportado con su suegro con mucha mayor paciencia, con mucha más comprensión, incluso con mucho más amor de lo que yo mismo, siendo su hijo, lo haya podido hacer.

Toda la felicidad que nos ha producido el atenderle, el tenerle con nosotros, nunca podrá compensar el vació que nos dejó cuando lo perdimos. Hubiéramos deseado pasar muchos años más sin vacaciones, sin viajes, sin cenas con tal de que hoy pudiera seguir estando a nuestro lado.

El abuelo hoy ya no está con nosotros. Yo no puedo escribir un cuento ni una historia. Sólo se me ocurre decir: ¡te quiero, padre!. Que Dios te tenga en su gloria, lugar en el que no dudo te tendrá por toda la eternidad

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