POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
El cura Miguel Tomás Abenza, era gran entusiasta de la música, tanto de cuerda como de viento y, siempre tenía un coro parroquial que amenizaba los actos litúrgicos de la parroquia de San Bartolomé.
Todos los feligreses le conocían; no en vano era natural del pueblo y, además, durante sus estudios, en Murcia, y los primeros años de sacerdote, fue músico de Cámara de la iglesia Catedral; por lo que gozaba de merecida fama, tanto en su localidad natal como en la comarca y en la Región.
Pues bien, en la segunda mitad del siglo XVIII, se encontró con que los jóvenes de su pueblo eran muy proclives a tocar instrumentos de cuerda; tales como violines, guitarras, bandurrias y laúdes. Como consecuencia, necesitaban cuerdas, ya que al tensarlas o tocarlas; se rompían y, si querían seguir tocando, no había más remedio que reponerlas.
Lógicamente, idéntico problema tenían todos los músicos de la comarca y de la región, ya que tenían que acudir a la capital murciana, en donde, desde los tiempos en que Sebastián de Rueda y Benavides y Almeida, fue nombrado Corregidor Perpetuo de Murcia y Caballero de la Orden de Santiago, época que coincidió siendo alcalde de mi pueblo.
Pues bien al Corregidor murciano se le presentó un dilema, ya que la fábrica de cuerdas para dichos instrumentos, no se surtían de las tripas de los animales sacrificados, de los que se extraían los hilos para las cuerdas, en cantidad suficiente para abastecer las necesidades de los demandantes.
El motivo era que por todos los pueblos acudía un comprador de dichas tripas, venido de la región valenciana, que acaparaba el mayor contingente de dicha mercancía, para la fábrica de cuerdas del industrial valenciano Antonio Belando.
Dicho fabricante tenía unos representantes que recorrían todos los pueblos de la comarca y de la Región murciana, no quedando materia prima suficiente, para la fábrica murciana, regentada por Alexandro Ximénez.
En mi localidad pernoctaba en la posada del tío Blas, durante los días que visitaba los distintos pueblos de la comarca del Valle de Ricote y, tan pronto como recogía dicha mercancía, regresaba con su reata de animales de carga, a su tierra valenciana.
Por tal motivo, se reunió el Cabildo, el día 15 de febrero del año 1766, nombrando a Francisco Tomás Abenza a nivel oficial comisionado en la región, para comprar en los mataderos, cuantas tripas hubiere, de los animales sacrificados que tras ser oreados y secados se les remitiría a la fábrica de Alexandro Ximénez y dejara de venderse a la empresa valenciana de Antonio Belando.
El problema estribaba en que nuestro alcalde, Francisco Tomás Abenza, no entendía de esos menesteres, pero, como era hermano del cura de la iglesia de San Bartolomé, Miguel Tomás Abenza y, dicho sacerdote, además de ser cura, era un gran experto en música de viento y de cuerda; le pidió consejo y, este, le prometió el debido asesoramiento en la materia.
Le asignaron una amplia zona y, en cada pueblo y en cada Tercia de los municipios, nombró un encargado, con el fin de comprar todas las tripas de los animales sacrificados en sus distintas demarcaciones.
Cuando regresaba el comprador valenciano, se encontraba con que apenas podía adquirir algunas tripas y, estas, de baja calidad. Al no poder competir, debido a la “agresividad comercial” del alcalde; asesorado por su hermano, el señor Cura, el señor Belando dejó de visitar Ulea, responsabilizando al cura, de su quiebra comercial.
La fábrica de Alexandro Ximénez, acaparó casi todas las tripas de la región y, en agradecimiento al regidor que hizo extensivo a su hermano, el cura, le prometió regalar todas las cuerdas que precisara, durante cinco años, para que amenizaran, en la Iglesia de San Bartolomé, todos los actos litúrgicos.
El Regidor murciano, aconsejó que se estabilizaran los precios de las tripas y, para ello, elaboró unas normas con las tarifas que se le debían pagar a los dueños de las reses sacrificadas, o a los representantes de los mataderos. Dichas tarifas se expusieron al público, con el fin de que, los que sacrificaban animales en sus domicilios, o en sus haciendas, se rigieran por dichos aranceles.
Los precios de los hilos de tripas, de las reses, fueron los siguientes: Tripas de carnero a ocho maravedíes. Tripas de macho a seis maravedíes. Tripas de oveja a cuatro maravedíes.
Lo firman, al alimón, los dos hermanos, Francisco y Miguel; alcalde y cura, en el mes de febrero del año 1766.