POR ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓN
Siempre he tenido devoción por la literatura y la lingüística, de hecho, cuando comencé mis estudios universitarios el propósito era trasladarme de València a Madrid, al concluir los cursos comunes para estudiar Románicas. Fue don Antonio Ubieto quien me engolosinó con la idea de estudiar Historia medieval lo que me obligó a cursar disciplinas de paleografía, diplomática y hasta árabe. Finalmente, en cuarto curso, mi sensibilidad (que desde muy joven hacia donde me impulsaba vocacionalmente era hacia la música, a la que me hizo renunciar mi padre) me llevó a especializarme en Historia del Arte de la mano de mi inolvidable maestro Don Felipe Garín. Pero nunca me arrepentí de la formación de la mano de grandes historiadores (Reglá, San Valero, Giralt, Tarradell, Cucó…) y lingüistas y (Sánchez Castañer Sánchis Guarner, Dols, Hervás…). Es por ello por lo que mezclando unas y otras instrucciones me siguen seduciendo especialmente la lingüística, la etimología y la semántica.
A este respecto hablaba la semana pasada de palabras de uso habitual cuyo origen es arábigo; podría añadir muchas más, de hecho, en el diccionario de la Real Academia Española se contabilizan en torno a unas 4.000 de procedencia andalusí. Pero entre ellas me llaman la atención algunas que parecen tener una raigambre más castellana que castillo, como «andrajo» (proveniente de a?rá?, necio, pelagatos), «baldragas» o «trola» (de ?a?ráq, charlatán) «droga» (derivada de ?a?rúka, de semblante semántica a la anterior), u ojalá (cuyo origen es law šá lláh, si Dios quiere). Una cuestión de interculturalidad.