Un patrimonio raro
No deja de ser un “patrimonio raro” este del que quiero hablar hoy. Por varias razones. La primera, porque es un elemento arquitectónico del pasado, con interés y características peculiares. Segunda, porque forma parte de un conjunto más amplio que apenas se ha tratado, por ser escaso, pero que muestra características propias de tiempos antiguos. Y tercera, porque (si bien de forma remota) se cierne sobre este patrimonio el peligro de destrucción que supondrá la comunicación “extra-ciudad” de la carretera N-320, que comunicará esta vía interprovincial desde la “curva del toro” frente al Hospital con la que sigue por Cabanillas, atravesando campos y barrancas, justo por donde este testimonio del pasado aún puede verse. Y como luego ocurre que cuando algo desaparece, y nadie lo apuntó, surgen las lamentaciones, pues que al menos quede recogido en un texto, tan volandero como pueda ser esta página de “Nueva Alcarria”.
Gracias a la amistad e indicaciones de mi amigo asturiano Pablo Efrén García, hace unos días visité el conjunto de viviendas rupestres que aún pueden contemplarse en el inicio del barranco de la Huerta de la Limpia, en término municipal de Guadalajara, a escasos 500 metros del edificio Europa y del Centro Comercial Ferial Plaza, y aguas arriba e inmediatas de la Granja Escuela del mismo nombre (acompaño un plano para poder ubicar el conjunto).
Hay varios arroyos que surgen entre las tierras margosas que por el sur rodean a Guadalajara, al otro lado de la actual autovía N-II. La erosión fácil de esas tierras, a lo largo de los siglos, han producido barrancos que se profundizan enseguida, antes de llegar a la orilla del cercano río Henares. Junto a Guadalajara hay al menos tres barrancos de estas características, que llevan escasas aguas y se arropan de arboledas densas. Son los de la Huerta de La Limpia, el Zurraque, y los Mandambriles. En este último, a su lado norte, se abrieron dos grandes conjuntos de cuevas a los que la gente llama “los Bodegones” y que sufrieron deterioros tras la construcción del cuartel del GEO. Y en el de la Huerta de la Limpia, a poco de su nacimiento, es donde se pueden hoy todavía visitar el grupo amplio de cuevas (son cuevas-vivienda, muy numerosas, independientes, al menos yo he contabilizado siete) de las que destacan las dos que llaman “Cueva del Mahometano” y que de siempre conocimos como las “Cuevas de los Gitanos” donde hasta los años 60-70 del pasado siglo habitaron familias y personas marginales.
Cuevas de vivienda marginales
Como estoy todavía recogiendo materiales para el estudio, que va ya muy adelantado, de las “Cuevas Eremíticas de Guadalajara”, unas fotografías que me enseñó mi amigo asturiano Pablo Efrén García me hicieron sospechar la posibilidad de que estas cuevas tuvieran un origen muy remoto, medieval, quizás incluso visigótico. Me extrañaba esta posibilidad, pero para comprobarlo me dí prisa en acudir a visitarlas. Y con él por guía, y en medio de un explosivo ambiente primaveral/polínico, nos dirigimos a pie desde el aparcamiento de coches que hay detrás del edificio Europa, sobrepasando una subestación eléctrica que hay a 100 metros, y cruzando un barbecho que mide otro tanto, se llega al barranco, que es recién nacido, y que se separa del del Zurraque por una loma que llaman Matapuercos, creando un hábitat sereno y recogido, soleado y al resguardo de los malos vientos.
Allí se encuentran, abiertas en la parte inferior de un pequeño cantil margoso y arcilloso, unas 7 cuevas de entradas independientes, aunque algunas de ellas (quizás todas, en su origen) se comunican entre sí bajo la roca. Están excavadas con dos técnicas (hazadas/hazadillas, y pico largo) sobre la roca de conglomerado calcáreo, blando y fácil, aunque fue necesario gastar muchos días en iniciar la cueva y otros más en ampliarla, diversificarla, y pulir todos sus detalles.
Hay que reconocer que las entradas están hoy rebajadas por el aumento del nivel primitivo de entrada. Los arrastres arcillosos de las tormentas han disuelto la capa superficial y estrechado las entradas, introduciendo tal cantidad de tierra en su interior, que hoy probablemente las recorremos unos 30-40 cms. por encima de su pavimento original. La altura de sus salas y pasadizos es de 1,8 metros, lo que significa que en origen tuvieron al menos 2 metros de alto, permitiendo su recorrido y habitabilidad fácilmente. Sin embargo, y a pesar de no haber derrumbes importantes, se ven piedras grandes en su interior, amén de un montón indescriptible de basuras, botellones, colchones, ropa vieja, maderas, plásticos, etc. No hay huellas de fauna excepto algún que otro murciélago durmiente en lo más oscuro. Para recorrerlas en su totalidad conviene llevar calzado muy cómodo, ropa usada, gorro o mejor casco, y una linterna potente. En ocasiones hay que reptar por el suelo o trepar entre derrumbes para pasar de una estancia a otra, o de una a otra cueva.
El grupo de exploraciones subterráneas “Club Abismo” de Guadalajara, las exploró, midió y topografió hace unos 40 años, destacando en estas labores el conocimiento y entusiasmo de Francisco Javier Rejos principalmente, más otros colaboradores. Entonces aportaron unos planos para las cuevas denominadas Mahometano I y II que hoy se hace muy difícil identificar con las existentes. También topografiaron en planta y cortes las cuevas del Barranco de la Urraca, y la Cueva Hundida. Sin más explicaciones que la descripción de materiales, medición de espacios y suposiciones sobre su origen y uso, al menos quedaron reflejadas en las publicaciones on-line de este grupo.
El origen de las cuevas de la Huerta de la Limpia
Lo único que resta es saber su origen. Solo elucubraciones pueden hacerse. El pueblo gitano, que procedente de la India, a través de Egipto, llegó a España en los finales del siglo XV, tuvo por costumbre desde sus inicios poblacionales albergarse en grupos amplios dentro de cavidades rupestres. Esa pudiera ser una posibilidad inicial, pero me inclino a pensar que estas cuevas son más modernas. Albergues de gentes sin hogar construido, que escogieron un entorno amable, soleado y templado para perforar la roca blanda y establecer espacios habitacionales en forma de colonia. Las cuevas, de pavimento plano, tienen talladas sus paredes verticales, sus techos rectos o combados, y en los muros abiertas hornacinas, más o menos amplias, para depositar iluminaciones o enseres. En algunas se aprecian mesas talladas en la pared y en ocasiones se ven muros construidos con ladrillo, tapial y argamasa que separan cuevas entre sí, o espacios. Me dicen quienes las visitaron hace muchos años que allí vivían pobres pasajeros, familias “de la raza del Faraón”, e incluso que sirvieron para refugiarse gente temerosa durante la Guerra Civil, y después de ella. Evidentemente, hoy sin uso, reciben de vez en cuando la visita de grupos de jóvenes que beben alcohol en abundancia y dejan allí los recipientes. Aparte de ello, las cuevas están muy íntegras, y dado su aspecto exterior, su distribución, su altura interior, y su consistencia en grupo, puede considerarse que estas “cuevas del barranco de la Huerta de la Limpia” forman un elemento más del patrimonio arquitectónico de Guadalajara, aunque sea desde una perspectiva tan global como para incluir lo que para algunos serían covachas y espacios marginales. No cabe duda de que, aún así, estas cuevas deben considerarse incluidas en ese conjunto de patrimonio antiguo y a conservar. Quizás sería demasiado pedir que el Ayuntamiento las limpie, las adecente, las adecúe para las visitas, etc… pero con una visión amplia, generosa, objetiva y futurible de lo que constituye el patrimonio de una comunidad, yo apostaría porque ese cuidado se institucionalizara.
En cualquier caso, aquí queda la constancia de su existencia, y algunas fotografías, y planos, que transmiten el mensaje de su interés y peculiaridad.