POR JOSÉ MARÍA SAN ROMÁN CUTANDA, CRONISTA OFICIAL DE LAYOS (TOLEDO).
Estamos caminando por la calle ancha. son las 12:30 de la mañana de un domingo normal en Toledo, con el calor propio del verano y buscando una terraza donde hidratarnos para combatirlo. Vienen conmigo unos amigos que han venido a visitar Toledo, queriendo dar una vuelta rápida, pero en la que puedan ver el mayor número de cosas posibles. También, por supuesto, la cuestión gastronómica. Apunto de terminar la primera parte de la ruta, muy cerca ya de la terraza estamos buscando, de repente se oye un estruendo. ¡PLAS! Y ya tenemos la faena del domingo. Una ‘señora’ paloma, de esas que campan en exceso, es insalubre mente por los cielos toledanos, ha decidido cagarse en el pantalón de un amigo mío… que se llama como yo. Faena que, en algunos casos, se complementa con la actitud incívica de quien se ríe de la víctima del bombardeo volátil, que los hay.
Como ustedes saben, queridos lectores, las heces de las palomas se comen el color de la ropa. Y, cuando se endurecen, generan peso si se acumulan. No solo pantalones, chaquetas, camisas, pañuelos y otras prendas de vestir de los toledanos se ven afectadas por esta lluvia de heces. También nuestras casas y nuestros monumentos están sufriendo un grave deterioro por culpa de no tomar una determinación adecuada a tiempo con respecto a este problema. Para comprobarlo, empiecen mirando al suelo de algunas calles, lleno de estos ‘rastros’ que nuestras inquilinas volátiles los dejan en las calles. Miren también las ventanas y los techos de algunos edificios abandonados. También pueden mirar cómo otros monumentos tienen protecciones en sus tejados, de los cuales es ejemplo la Catedral.
Llámenme exagerado si quieren, pero tengo cada vez más claro esto de las palomas en Toledo es una auténtica plaga que no tenemos porque soportar. Y no digo esto por la ropa, que realmente es una minucia, sino por los problemas verdaderamente graves que estación está creando, que van desde la insalubridad hasta el deterioro del patrimonio por causa del perjuicio que la palomina genera tanto por su composición como por el peso que hace soportar en grandes cantidades a los lugares donde anidan. Puedo asegurarles que conozco al menos dos casos de dos personas que han tenido que mudarse porque las palomas les han producido una enfermedad.
Es así que, desde este espacio, pido a quien proceda que se haga cargo de este problema que viene de largo, que tiene difícil solución y que está generando un perjuicio día tras día, cuyas consecuencias, en algunos casos, pueden ser irreversibles. Y que las únicas palomas que tengamos en nuestra vida sean aquellas a las que cantó María Dolores Pradera…