RAFAEL SÁNCHEZ VALERÓN, CRONISTA OFICIAL DE INGENIO (REGIÓN CANARIA).
En las zonas rurales, especialmente en aquellas localidades con cierto arraigo por los usos y costumbres tradicionales, subyacen hábitos, creencias y mitos, transmitidos de padres a hijos, que, por estar amparadas por un mundo sobrenatural y desconocido, despiertan cuanto menos la curiosidad y en muchos casos creencias y prácticas que perviven, en las que el cronista que suscribe no entra a valorar, por pertenecer al ámbito personal y libertad de creencias de cada uno, aunque de manera personal deploramos aquellas prácticas que pudieran representar un lucro personal para el que las realiza y los posibles daños económicos, morales o físicos que pudieran causar. Estas creencias o prácticas, rodeadas de cierto sincretismo, las hemos visto realizar desde siempre, siendo aceptadas por el vecindario con toda normalidad, especialmente por los de mayor edad, en la creencia de curación o alivio de males, bien es verdad que también se han empleado para provocar males y daños. Tradicionalmente, en estas costumbres populares, han existido personas dedicadas a estas prácticas, vecinos de a pie, a los que se acude para que a través de sus pócimas, ungüentos y acompañamiento de un “rezado” saquen a los vecinos del mal que padecen, actuando de forma desinteresada y en algunos casos a cambio de la “voluntad”, lejos de aquellos que a través de los modernos medios de comunicación obtienen pingües beneficios de los que por ignorancia confían en sus consejos. “Maldiojos”, “maloficios”, hernias infantiles, erisipelas, golondrinos, culebras, amores despechados, males físicos y mentales y en general daños recibidos de personas que te querían mal han sido objeto de intervenciones para su curación por parte de personas que se habían ganado popularidad y reconocimiento del vecindario, a las que en muchos casos se acudía con la esperanza de remediarlos por aquello de que si no hace bien, tampoco puede hacer mal. Siempre se oyó hablar de la levedad de los que recibían “maldiojo”, frente a la gravedad de aquellos que eran presa de un “maloficio” . Prácticas que continúan en la actualidad como el “trapito encarnado” para prevenir el mal de ojo o los rezados que en el presente practican “santiguadoras” mayores y algunas jóvenes, sin que nadie se escandalice, formando parte de una realidad etnográfica diferenciadora que identifica a distintas localidades. Los modernos adelantos científicos hacen que cada vez sean menos las personas que acudan a estos domésticos y atávicos remedios que de alguna manera van unidos a otros usos plasmados en la cultura popular, que pudieran tener alguna consistencia científica como podrían ser las hierbas curativas.
De la transmisión de males causados por la “fuerza de vista” incluso algunos actuando con cierta predisposición de forma involuntaria no se libraban los animales (inapetencia o pérdida de leche) ni las plantas (secado del árbol). Uno de los casos más generalizados y curiosos era el “pomo o la madre desarretada”, producido por un susto que los expertos “sanadores” trataban curar, empleando técnicas de relajación y masaje en la zona abdominal acompañadas del clásico rezado.
La encuesta de 1901-1902
Al hilo de las consideraciones anteriores, añadimos todo un mundillo donde se entremezclan la superstición con la realidad. Brujas, seres malignos y apariciones campean en nuestro entorno, fruto de la imaginación o de la transmisión oral, causantes de asombro, regocijo o burla. Por ello recogemos en nuestro trabajo una encuesta realizada en 1901-1902 por iniciativa de la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo de Madrid en el campo de las costumbres populares sobre nacimiento, matrimonio y muerte en la que su representante en Gran Canaria Jerónimo Martín encarga a diferentes personas en los pueblos la recogida de datos y que plasma en su obra sobre costumbres populares Juan Bethencourt Afonso, del cual destacamos varios relatos recogidos en Ingenio.
El diablo
Al vecino Pepe Ramón, cuando iba acompañado de cuatro amigos, se les apareció el diablo en forma de gato que les impidió comer higos en una higuera, castigándoles con el rabo.
Pedro y Luis Díaz Armas, que vivían en el cercado de la Berlanga se encontraban al peso del mediodía pastando sus cabras, cuando se les apareció de repente un macho cabrío, saliendo de una cañada de algodoneras, provisto de unas astas colosales, observando que a medida que se les acercaba tomaba tales proporciones el macho y sus cuernos, que presentaba un volumen superior al de una casa. Convencidos que era el diablo, cayeron privados de conocimiento.
Encantamientos
Existía la creencia que el día de San Juan, antes de la salida del sol se veía desde el Castillo del Romeral, una ciudad encantada, con gente y tropa haciendo evoluciones.
Se contaba que un padre, sospechando que una de sus hijas era bruja, para cerciorarse le suplicó a cambio de muchas promesas, encantase una ciudad que allí había. La niña produjo el encantamiento, y como su padre después le exigiera la desencantara, y la niña se negara, teniendo el padre la convicción de que era bruja, la mató despeñándola. Desde entonces está encantada la ciudad.
Duendes
Existía la creencia que los duendes desaparecieron desde la promulgación de la Bula de la Santa Cruzada. Los duendes hablaban algunas veces, porque preguntando una mujer que acababa de mudarse de una casa a otra, huyendo de los duendes, donde había quedado el cedazo, contestó uno de ellos: ¡Aquí está!
Contaban unos cambalachistas, que habiendo ido a comprar algún ganado a cierto pastor, observaron que el rebaño marchaba de un punto a otro, como si algunas personas obligaran a llevar un camino determinado, hasta que quedó encerrado en el corral, cosa que admiraron, porque no había ningún individuo por los alrededores y el pastor del rebaño estaba con ellos a cierta distancia. Una vez que estuvo encerrado el ganado, ordeñó el pastor una cabra en una gabeta, y al salir del corral la puso en un campo abierto, donde no había nadie, y dijo en alta voz: ¡Toma, come!. Con gran sorpresa vieron los cambalachistas que no sólo desapareció la leche de la gabeta, sino que el pastor, después de soltar el ganado, decía a un ser invisible: Lleva las cabras por tal punto, las encierras esta noche en tal otro, y mañana por la mañana las llevas a tal sitio. Después observaron que las cabras solas tomaron la dirección señalada por el pastor, y que había algo que no veían, que obligaba a algunas a reunirse a la manada. El pastor se retiró con los cambalachistas, después de dar sus órdenes, presumiendo aquellos que el pastor hablaba con un duende.
Creencias
El pueblo consideraba como pecado matar las vaquitas de San Antonio y las alpispas. Era pecado echar trigo a los animales. Se observaban fenómenos de espejismos.
Pasar por la mimbre
No transmitió el informante a principios del siglo XX un curioso ritual para la cura de los niños herniados, al que se conocía por “pasar por la mimbre” cuya información recibió el cronista que suscribe hace ya muchos años de Juanico el del Roque cuando transitaba por el barranco de la Sierra, allá por la mitad de la década de 1960 y contemplar como las múltiples ramas de una mimbrera se encontraban con un lazo que tapaba un corte longitudinal en las mismas. Me habló el sabio Juanico que se trataba de una práctica consistente en introducir un niño que había nacido herniado por dicho corte por un hombre que se llamara Juan y una mujer llamada María al tiempo que se intercambiaban un rezado, para al final atar el lazo, demostrando la cicatrización de la rama el éxito de aquel ritual. Esta costumbre introducida por los repobladores peninsulares y perseguida por autoridades civiles y religiosas nos retrotrae a siglos atrás cuando el Tribunal de la Inquisición abrió diligencias en 1558 a la viuda Juana Pérez, vecina de Agüimes, por haber pasado a un hijo suyo por la mimbre una mañana de San Juan.
Las Brujas
Capítulo diferente merece el apartado de las brujas, que tratamos de manera simple y a modo de relato local, tanto las “sobrenaturales”, rodeadas siempre de fantasía y misterio, aquellas que hacían huir a los niños durante la noche de lugares muy oscuros y solitarios aterrorizados con el temor que se nos apareciera alguna. También las “humanas” a las que se les ha dado mala imagen y que en muchos casos han sido perseguidas a lo largo de la historia.
Las brujas de la palma de Paquesito
La llamada palma de Paquesito es el símbolo vegetal por excelencia del pueblo de Ingenio, destacando por su altura, porte y situación. Una extraña leyenda la relaciona con las brujas, en razón a que existe un cuento transmitido de generación en generación que nos habla sobre las brujas que habitaban en su copa. Desde tiempo inmemorial se escuchaba un extraño relato sobre el llanto de un niño procedente del cogollo de la palma, una noche del solsticio de verano, atribuido por algunos a la acción de las brujas. Se decía que un vecino del lugar imbuido por los cuentos de hechizos y encantamientos, enterado de haberse visto un niño en la copa de la palma durante un día, animado por la curiosidad, trepó por el largo tronco para rescatarlo, en medio de las risas de las brujas.
La tradición popular afirmaba que estas brujas habían llegado a lo alto de la palma gracias a los poderes sobrenaturales ejercidos por una piedra ara al frotarla en sus axilas. Otras versiones indican que las mujeres, cuando tenían un niño lo cuidaban en su regazo hasta que era bautizado, porque corrían el peligro de que fuera raptado por las brujas y llevados a lo alto de la palma donde lo ponían en la cogolla y allí eran abandonados, escuchándose los desolados lamentos en algunas noches de luna llena. Alguna versión nos indica que cuando nacía un niño, la madre tenía que custodiarlo en su regazo para que no fuera secuestrado por las brujas y ser transportado en vuelo desde la copa de la palma hasta la torre del templo de la Candelaria, llegándose a confundir el ruido que produce el viento al chocar en sus ramas con los lamentos del niño.
Las brujas terrenales
Frente a las brujas sobrenaturales existían las brujas de carne y hueso que efectuaban sus servicios cuando eran requeridas, muchas admiradas y otras despreciadas, a las que en otro tiempo el Tribunal de la Inquisición llegó a perseguir con saña, tal es el caso de Juana Catalina Quintana que vivió en Ingenio en la zona del Cuarto, juzgada y condenada por el Santo Oficio en 1818 en uno de los últimos procesos en Gran Canaria. Juana Catalina era una humilde vecina que después de haber sido requerida por otra vecina para que la curara le dio una bebida y luego le fue sacando un trapo que le había introducido en la boca sacándole el ”maleficio”, también se hablaba de haber sacado unos cardos del pecho o un lagarto. Juana Catalina fue condenada a quedar confinada durante un año en una Casa de Recluidas.
Conclusión
Todas estas costumbres, donde se entremezclan lo natural con lo sobrenatural, religión y paganismo, ciencia y superstición, practicantes y farsantes, creyentes y escépticos; donde, en muchos casos no podemos encontrar una explicación racional, forman parte del legado popular que cuando menos conviene conocer.