D. LORENZO VÁZQUEZ AGUILAR, UN DESCONOCIDO MORALO HASTA HOY, OTRORA FAMOSO
Jul 17 2020

POR DOMINGO QUIJADA GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)

Navalmoral de la Mata, a pesar de su condición de modesta Villa –ayer– y Ciudad –hoy–, ha proporcionado un gran número de personajes ilustres en sus más diversos ámbitos a lo largo de su historia. Algunos son más conocidos por sus paisanos, pero de otros se ignoraba su existencia hasta ahora, como es este caso:

Según el Libro de Bautismos de la Parroquia de San Andrés, nació en Navalmoral el 22 de junio de 1735, bautizándose dos días después con el nombre completo de Lorenzo José Antonio Paulino Vázquez Aguilar.

Era hijo de don José Vázquez, natural de Flandes (hasta 1814 perteneció a España; pero en 1830 se creó el Reino de Bélgica, y Flandes fue una de las provincias que lo formó), teniente-capitán del Regimiento de Caballería del Algarve, que en esas fechas estaba asentado en la localidad; y de Mª Teresa Aguilar, natural de Membrilla (Ciudad Real).

Ignoro los motivos de la estancia del destacamento de su padre en Navalmoral, ya que en esos años había paz entre España y Portugal: al contrario que un cuarto de siglo antes cuando, en la cruenta Guerra de Sucesión, los lusos invadieron el Campo Arañuelo, arrasando pueblos como Santiago de la Piñuela (entre Casas de Miravete y los túneles), La Anguila (Serrejón) o Valparaíso (Peraleda de la Mata). Pero, como decía, en la fecha de su nacimiento imperaba la concordia, ya que el futuro rey Fernando VI (hijo del Felipe V y su primera esposa María Luisa de Saboya) contrajo matrimonio en 1729 con Bárbara de Braganza, hija del rey Juan V de Portugal. Y no irían de paso, porque no era costumbre que a los militares les acompañara la familia en esas circunstancias.

Del mismo modo, desconocemos el tiempo que estuvo aquí (entre otras causas, porque la Villa no contaba entonces con “Cronista Oficial”…), así como su posterior paradero. Ya que la siguiente noticia que hemos recabado de él es muy posterior: concretamente, de 1764 (ya tenía 29 años), cuando embarca para América Central. Y después aparece como Alcalde Mayor de la ciudad de Tegucigalpa (Honduras), dentro del Virreinato de Nueva España.

Durante su mandato, se preocupó por el estado de la educación en su territorio de Tegucigalpa, extendiendo la enseñanza del castellano en tierra de indios…

En sus inicios, dicha ciudad fue poblada por un grupo de españoles que buscaban vetas de plata y oro en el lugar cerca de 1560, sobre un antiguo poblado indígena existente.

Posteriormente, con el crecimiento del poblado minero, se la conoció con el nombre de Real Villa de San Miguel de Tegucigalpa: en 1578 se hicieron importantes descubrimientos de ricos minerales en varios cerros del término, que se supone fue el 29 de septiembre de ese año, dada la costumbre que tenían los españoles de señalar lugares con el nombre del Santo del día en que se descubrían o fundaban.

Al año siguiente llegó la noticia al Presidente de la Audiencia, que envió a un experto para ver las minas, quién confirmó la fama de su riqueza. El Rey, por cédula expedida el 28 de septiembre de 1608, había confirmado la creación de la Alcaldía Mayor de Tegucigalpa. Los españoles procedieron a trazar la nueva población conforme a las Leyes de Indias.

Volviendo a don Lorenzo, tras ejercer como Alcalde Mayor de dicha ciudad –según hemos dicho– en 1780 asciende a teniente coronel, por sus méritos en la guerra contra los ingleses, que pretendían apoderarse de esa región dado el interés británico para comunicar el Atlántico con el Pacífico a través de esa zona (por el lago Nicaragua).

En cuyo conflicto falleció en 1789 (el mismo año que estalla la Revolución Francesa, a la edad de 54 años), en Río Tinto (Honduras, en la costa atlántica y cerca de la colonia inglesa de Belice), de cuyo departamento era entonces su comandante militar; luchando contra los citados hijos de la Gran Bretaña, defendiendo los intereses de la Alcaldía Mayor y de España, pero sin recibir el reconocimiento de la Corona: en la cabeza entonces de aquel nefasto rey que fue Carlos IV, que nos conduciría –entre otros graves destinos– a la Guerra de Independencia con Francia (cuando, de nuevo, el Campo Arañuelo fue devastado, ahora por los galos).

No tuvo herederos, por lo que nos resulta imposible dirigirnos a sus descendientes para ofrecerles nuestro reconocimiento. Pero sí dedicarle este modesto trabajo que hemos podido elaborar a partir de una simple partida de nacimiento. En nombre mío, y vuestro…

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