POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
El día 2 de septiembre del año 1963 se produjo la explosión del arsenal bélico almacenado en el polvorín militar de Archena. Dicho arsenal, ubicado en la montaña y custodiado por expertos militares, albergaba en su interior gran cantidad de explosivos que por causas desconocidas produjo una gran deflagración.
Los comunicados del ejército no acertaban con la causa aunque, la más probable, fuera debida a un acumulo de gases en el interior de la galería, la que ocasionó dicha explosión.
La montaña, gran parte de ella, saltó por los aires y, numerosas piedras de todos los tamaños salieron despedidas; alcanzando el espacio de unos 6 kilómetros a la redonda, un poco más lejanos en dirección norte. Por tal motivo, pueblos como Archena, Villanueva del río Segura, Ulea y La Algaida se vieron afectados por la lluvia de piedras, cada vez más menudas según se distanciaban del epicentro de la explosión. Afortunadamente, de forma sorpresiva, no hubo que lamentar desgracias personales, incluso de los militares que hacían guardia en dicho polvorín.
Al día siguiente, el tres de septiembre de 1963, el periódico ‘El Caso’, también los de tirada regional y nacional, se hicieron eco de la tragedia, con varias columnas y fotografías pavorosas.
De tal magnitud fue la explosión que la onda expansiva ocasionó el resquebrajamiento de muchos edificios, caídas de paredes y grandes grietas en el terreno.
En Ulea, gran parte de la población, salieron de sus viviendas un tanto aturdidas y despavoridas y, ante el temor de que se derrumbaran, huyeron a descampados, en donde pasaron toda la noche a la intemperie. Casi todas las personas salieron de sus casas con la ropa que llevaban puesta y, las autoridades aconsejaron que no regresaran a ellas hasta que los expertos efectuaran los estudios pertinentes y certificaran en las condiciones de habitabilidad en que habían quedado.
A la mañana siguiente, comenzaron la inspección y, hasta tanto no emitieran su veredicto, muchas familias se trasladaron a otras poblaciones en donde tenían parientes que les proporcionaban un cobijo seguro. Allí se exiliaron de forma temporal familias enteras, con hijos y abuelos, en espera de la catalogación de los expertos y certificación de habitabilidad.
Algunas viviendas de mi localidad fueron declaradas en ruinas y las que habían sido afectadas de forma leve, se volvieron a habitar, con tan mala fortuna de que ese otoño fue muy lluvioso y, comenzaron a derrumbarse algunas techumbres. En una de ellas, tres hermanos de corta edad que dormían en el último piso de una casa, fueron sepultados por los escombros desprendidos. Dos de ellos fallecieron en el acto y, el tercero, fue ingresado en el hospital murciano, en donde fue intervenido de varias fracturas. Afortunadamente, se recuperó, sin apenas secuelas de importancia.
Los cementerios, sobre todo el de Archena, pero también los de Ulea y Villanueva, se vieron afectados por la onda expansiva y, muchos de sus nichos quedaron reventados dejando al descubierto sus féretros. Ante el impacto emocional de lo ocurrido varios familiares de dichos difuntos llegaron a exclamar ¡Válgame Dios!: ni en el Cementerio os van a dejar tranquilos.
El comunicado oficial de las autoridades consideró como daños colaterales de una deflagración casual.