POR MIGUEL ÁNGEL FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE NOREÑA (PRINCIPADO DE ASTURIAS).
“Si volviera a comenzar mi vida, volvería a utilizar una paleta clara, sin tierras, sin negros, y sólo haría paisaje, entregándome por completo a las impresiones que recibiera de la naturaleza”
Fue en la primavera del año 1900 cuando este personaje amigo de Zuloaga, de Pio Baroja, de Sorolla o de Miguel de Unamuno visitó la comarca bejarana y en ella la Villa de Candelario. Nos puso en su pista el escritor e historiador e incluso amigo, el riosellano Toni Silva que acaba de presentar un elaborado libro sobre este gran pintor nacido en la asturiana Ribadesella el 1º de noviembre de 1857. Darío de Regoyos, de quien dicen nunca fue lo suficientemente valorado con su arte impresionista, su obra realista y la delicadeza del puntillismo que en ocasiones utilizó, cuenta con obras en el Bellas Artes de Bilbao, en el MNAC de Barcelona o en el Carmen Thyssen de Málaga, en el Reina Sofía de Madrid y en el Bellas Artes de Asturias. Incluso él mismo se autodefinió como “el hombre de los cuarenta duros” por los precios que aplicaba a sus trabajos. Fue viajero empedernido hasta que la salud y las circunstancias familiares le dejaron de ser propicias, y aseguran sus estudiosos, que a pesar de contar con muchísima obra, paso los últimos años de su vida con verdaderos apuros económicos a pesar del apoyo de sus muchos amigos que le adquirieron obra y ayudaron a vender sus trabajos para sanear su economía. Uno de ellos fue el músico Isaac Albéniz, cuyos herederos son propietarios de la pintura “La Huelga” realizada en Béjar en el año de 1900 en el cual representa obreros del textil en una manifestación en la plaza un jueves de mercado y que es una de sus obras más representativas formando parte de la “España Negra” que él tan bien supo plasmar.
Domiciliado en el País Vasco, y posteriormente en Barcelona donde se fue a residir por su clima más templado y para facilitar el estudio de sus hijos, donde le surgió un inoportuno cáncer en la lengua, donde se quedó sin habla, estuvo pintando hasta el final de sus días, pero no era lo mismo estar gestionando él sus trabajos a depender de galeristas, en ocasiones, belgas o franceses.
Darío de Regoyos en ese año de comienzos del s. XX tras pasar por Béjar y dejar constancia de varias obras más como “Pino de Bejar” o “Charlando bajo los arcos” se acercó al pueblo de Candelario donde se hospedó en una pensión cercana a la ermita del Cristo del Refugio o del Humilladero, desde donde pintó el pórtico de la capilla y la perspectiva de la calle Mayor, y al fondo, la siempre presente sierra candelariense que aparece en todos sus trabajos de tan idílico lugar cubierta de neveros. Llama la atención el arroyo de agua procedente de las numerosas fuentes que discurre por el medio de la calle, lo cual hace suponer, que aún no existían las hoy típicas regaderas, porque en la misma fecha, Benito Pérez Galdós en su novela “El amigo Manso”, comenta de uno de los protagonistas –Valdesol- que de niño jugaba descalzo en los arroyos sangrientos de las matanzas de Candelario.
También plasmó Darío con los títulos “Village de Estremadure, l´heure pâle” y otra “Village en Estremadure, l´heure rouge” – así figuran estos nombres en la parte trasera de los bastidores- consiguiendo retratar aspectos de la vida social en este pueblo serrano a la hora del paseo de la tarde, de mujeres vestidas con sus trajes típicos, cuyas faldas era más cortas que lo habitual de aquellos años en España. La imagen de esas mujeres en su día de descanso, en un paisaje presidido por la sierra con nieve fundente en su punto más alto, en el horizonte, es lo que atrajo al pintor para plasmarlo en el lienzo, así como los tejados del pueblo con la teja “rosa testudo” y sin chimeneas que escribió Unamuno, tejados coronados por la antigua iglesia de la Asunción. Asimismo, localizamos un dibujo de Regoyos consistente en cinco figuras: tres mujeres con el traje de candelaria y los inequívocos picaportes en su peinado, y dos hombres con el traje de “choriceros” en la playa de La Concha con el texto que dice: castillans regardent la mer.
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